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Actualizado: 24 de mayo de 2025
Se sentó á su mesa y escribió á su primo la más amable de las esquelas invitándole á venir á pasar la tarde con ella. Apenas había salido la doncella para llevarla, llegó una carta de Roussel anunciando á Clementina que un negocio imprevisto le obligaba á ausentarse por algunos días.
Estaban sentados en rueda y a la hora la mayoría cantaba ya. Llegó mediodía y pasó la siesta. A las cuatro, la brisa cesó y las velas cayeron. Un marinero se acercó a la borda y miró el mar aceitoso. Todos se habían levantado, paseándose, sin ganas ya de hablar. Uno se sentó en un cabo y se sacó la camiseta para remendarla. Cosió un rato en silencio. De pronto se levantó y lanzó un largo silbido.
Tuvo miedo y se sentó un momento para calmar su angustia. ¡Honorina! gritó levantándose , ¿está usted muerta? Fue la muerte en persona la que le respondió. Tropezó contra un mueble y sus manos nadaron en un mar de sangre. Cayó arrodillado, apoyó los brazos en la cama y permaneció hasta que se hizo de día en la misma postura. No se preguntó siquiera cómo había podido ocurrir aquella desgracia.
Maximiliano se sentó a la mesa sin decir nada, muy grave y algo azorado.
Sentáos dijo Quevedo con voz vibrante ; sentáos y no espantéis la caza: yo os vengaré. ¿Pero es cierto? dijo con angustia Montiño, que se sentó. Certísimo; pero no habléis con ese tono compungido. Vos no sabéis nada; estáis almorzando alegremente. Comed. ¡Imposible! aunque no me ahogase la pena, me ahogaría ese pastel... ¡Mozo! ¡un real de olla podrida! dijo una voz estentórea al fondo del salón.
Esperaré un rato dijo la santa dando un suspiro; y cansada de estar en pie, se sentó en el más alto escalón del tramo. Parecía una pobre que espera se abra la puerta para pedir limosna ¿Pero dónde habrá ido esa loca?... Lo que yo digo: a esta no la sujeta nadie. No va a poder criar a su hijo.
Don Pedro tomó en brazos a su esposa y la sentó en la albarda, arreglándole la ropa con esmero. Así que pudieron conferenciar reservadamente capellán y señorito, preguntó don Pedro, sin mirar cara a cara a Julián: ¿Y... ésa? ¿Está todavía por aquí? No la he visto cuando entramos.
Dejó la cartera sobre la chimenea y sombría, con la carta en la mano, se sentó, reflexionando profundamente en el concurso singular de circunstancias que conducía bajo su techo al hijo del que ella odiaba implacablemente. Poco á poco su vista cayó sobre la hoja de papel cubierta con la letra aborrecida y leyó maquinalmente: "Querido hijo mío; mi viaje empieza bien.
Pero Lea parecía más tranquila á medida que él se mostraba más exaltado. Se sentó lentamente en una silla, cerca de Jacobo, y dijo con dulzura: Es inútil que me amenaces; estoy resuelta á hablar. Si no te hubieras presentado á mí y yo hubiera sabido tu presencia en Londres, te hubiese ido á buscar.
Cuando supo la causa se sentó a su lado y le prodigó los consuelos que pudo. En el pasillo se discutía con gritos horrísonos la cuestión del Syllabus.
Palabra del Dia
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