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Soltaba un rugido la trompetería al terminar su fórmula el escribano; apoyaba sus puños el barbero en el pecho del neófito, tiraban de él los negros, y caía de espaldas en la piscina con un chapoteo que salpicaba a larga distancia. Desaparecía en el líquido turbio cubierto de vedijas de yeso.

Con suave arrullo o con feroz empuje, como la lira acaso del poeta, el mar, o canta o ruje, y en su canción o en su rugido inquieta finge la mente del absorto vate recuerdos de un ayer que va pasando, de su lira en las cuerdas evocando los "gritos del combate".

La Inquisición no te tocará, no te acusará á ti. ¿No es verdad, padre, que la Inquisición no se atreverá á ella? Las últimas palabras del tío Manolillo eran un rugido amenazador. ¡Dejadme! exclamó el padre Aliaga ¡dejadme, y que Dios tenga piedad de los tres! Y salió desalentado.

Y moviendo su herramienta de un lado á otro, buscaba sitio para herir, evitando las manos flacas y desesperadas que se le ponían delante. ¡Pero Barret! ¡hijo mío! ¿qué es esto?... ¡Baja esa arma... no juegues.... eres un hombre honrado... piensa en tus hijas. Te repito que ha sido una broma. Ven mañana y te daré las lla.... ¡Aaay!... Fué un rugido horripilante, un grito de bestia herida.

La naturaleza es ahora mi único espectáculo, mi templo. Las mas sublimes armonías inspiradas por el arte me parecen frias ante el susurro del viento entre las hojas, el canto del arroyo entre las peñas, el eco del torrente en el fondo de los bosques, el rugido del viento sobre las cumbres de los cerros y el estallido del rayo entre las nubes.

Miguel había echado sus dos brazos sobre los hombros de ella, dominándola, inclinando su busto, oprimiéndolo contra su pecho. Su boca buscaba la otra boca que pretendía resistirse, huyendo con violentas contorsiones del cuello. Finalmente, cesó el rugido de protesta. Las dos cabezas permanecieron inmóviles.

Sonó el tercer rugido y se miraron los pasajeros, consultándose para saber cuántos permanecían en tierra. Faltaban muy pocos. La gente se agolpó en las bordas, saludando con gritos y aplausos irónicos a los que llegaban retrasados. En la proa y la popa formaban los emigrantes dos masas obscuras, sobre las cuales se agitaban los pequeños redondeles blancos de las cabezas.

El silencio era absoluto en esta cima de la montaña flotante. De tarde en tarde, un toque de campana en el puente, un rugido del serviola, que contestaba desde el púlpito del trinquete, pasos tenues de marineros descalzos que se deslizaban lo mismo que espectros entre los botes y ventiladores de la última cubierta.

Alternativamente trabajaba con nervioso entusiasmo, pues tenía pasión por las labores de aguja, o contemplaba el firmamento obscuro y la lluvia que caía sin interrupción; escuchaba el rugido del viento, de ese viento de Noviembre que parece llorar quejumbrosamente, y me sentía fatigada, triste y sin el menor presentimiento feliz, aunque en aquellos instantes acudía a mi la felicidad arrastrada por el rápido trote de dos briosos corceles.

Era casi imposible que el banquero tuviese un punto más alto. Spadoni, pálido, con la frente barnizada de sudor, descubrió sus naipes. El público los saludó con un rugido sordo: «¡NueveLos mismos que reían de él encontraron natural este resultado. «La suerte protege siempre á la inocencia