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Resurgió la mano teniendo un papel entre los dedos é intentó llevarlo á la boca. Pero el golpe del negro suspendido en el aire cayó sobre su brazo, haciéndolo colgar inerte. El espía se mordió los labios para contener un rugido de dolor. El papel había rodado por el suelo y varias manos lo recogieron á la vez. Un suboficial lo desarrugó antes de examinarlo.

Los arrodillados compañeros le llamaban en vano, pugnando por entreabrir sus mandíbulas y obligarle á beber. Su boca repelía el líquido, para seguir repitiendo el doloroso rugido. Empezaron á llegar señoras de las salas de juego, atraídas por la noticia. Todas conocían á la duquesa; y la miraron con cierta hostilidad, después de contemplar al moribundo.

Se le oía un cierto rechinar de dientes y algún monosílabo gutural que lo mismo pudiera ser signo de risa que de cólera. Por fin llegó palpando paredes a la puerta de la capilla, y buscando la cerradura con las manos, empezó a rasguñar en el hierro. La llave no estaba puesta... «¡Peines y peinetas, dónde estará la condenada llavemurmuró con un rugido de hondísimo despecho.

Por el paraíso circuló un rumor misterioso y profundo, el rugido opaco de la emoción que se comprime y refrena para mejor estallar después. Comenzó la escena de la despedida del moribundo y su familia.

De repente sus ojos se detuvieron en un objeto que en el suelo yacía. ¡Cielos!... Migajas exhaló un rugido de dolor, y cayó de rodillas. Allí, tendida como un cadáver, los vestidos rasgados y en desorden, partida la frente alabastrina, roto uno de los brazos, desgreñado el pelo, estaba la señora de sus pensamientos ¡Lastimoso cuadro que partía el corazón!

Tenían miedo de quedarse en tierra por culpa del tal documento, y por esto suspiraron de satisfacción al poner la firma apresuradamente, corriendo luego a los automóviles. Cerca de mediodía lanzó el trasatlántico un rugido de aviso.

Al ir a avanzar, saltó de entre dos naranjos un bulto negro, cayendo junto a él con sordo rugido. Era el perro de la alquería, un animal feo y torvo que mordía antes de ladrar.

Sintió junto a los labios el ardoroso resuello de aquella boca que buscaba la suya, murmurando con apagado rugido: No, no te irás; quiero que no te vayas. Y se sintió enlazada, conmovida de cabeza a pies por unos brazos nerviosos a los que la pasión daba nueva fuerza.

Más allá vió igualmente una imagen de triste esfumamiento: Cinta que lloraba, como si sus lágrimas fuesen las únicas que podían caer sobre el cadáver desgarrado del hijo. ¡Ah, no!... ¡no! El mismo quedó sorprendido de su voz. Fué un rugido de bestia herida, un aullar seco de desesperado que se retuerce en el tormento.

Yo acabo de verles en acción y en ciertas ocasiones he tenido el honor de acompañarles á traves de esas horribles é inhospitalarias montañas, donde la muerte permanece en acecho constante, donde detrás de cada roca puede hallarse en emboscada el plomo traidor, y donde cada soplo de viento parece un gemido de dolor cuando no un rugido de amenaza.