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Quiso repetir el feroz centauro, pero el hombre se levantó con agilidad y se dió a correr de tan prodigiosa manera, que el segundo garrotazo lo dió en el suelo, y en cuanto al tercero ni lo intentó siquiera. ¡Mal rayo! rugió Piscis. Este rugido debió de llegar a oídos de su feliz amigo, porque algunos segundos después montaba sobre la barandilla y se apeaba bonitamente en la calle.

Repitió su sonrisa: «¿Ia?...» Y luego de entregarle el viejo una segunda moneda de oro, pudo ofrecer estos alimentos á las dos mujeres refugiadas en el pabellón. Durante la noche una noche de penoso desvelo, cortada por visiones de horror creyó que se aproximaba el rugido de la artillería.

Miraban aquel buque lo mismo que si fuese suyo porque venía de su país; aclamaban a las pequeñas personas alineadas en sus bordas creyendo reconocerlas; acogían como una respuesta a estos vivas el rugido apagado que llegaba hasta ellos por encima del mar.

Sibilantes y rumorosas, las aguas salen precipitadamente de la presa para ir a perderse con un gruñido sordo y quejumbroso en el golfo de espuma, encima del cual parece levantar una bóveda brillante el polvo de las olas que se estrellan. Al rumor de la caída se mezcla el rugido de la tormenta.

Los grupos son muy naturales, y tanto que por momentos siente uno el terror de la realidad, creyendo oir entre el tupido bosque el grito salvaje del indio cazador ó el rugido de la fiera acosada.

Aquella noche, los pinos que rodeaban la cabaña, sacudidos por la tempestad, arrastraban sus esbeltas ramas por encima del techo, y a lo lejos se oían el rugido y los embates de la impetuosa corriente del río. El socio de Tennessee se incorporó y dijo: Ya es hora, voy en busca de Tennessee; engancharé el carrito. Y se hubiera levantado de la cama a no habérselo impedido su criada.

Era seguro entonces que Andrés tenía dinero en el bolsillo y que Narcisa había conseguido un traje nuevo o un viaje a la ciudad. Julio, que no se aplacaba con dones, aparecía tranquilo a fuerza de cansancio; y la fatiga de haber rugido furiosamente desplegaba su frente huraña y le hacía aparecer menos repulsivo.

En el buque de enfrente también se destacaba el brillo de los cobres y las figuritas de los músicos, puestos en círculo en la última cubierta. Cuatro trompetas larguísimas, cuatro tubos semejantes a los que guiaban la marcha de los legionarios romanos, abrían sus bocas doradas por encima de las cabecitas, y en los intervalos de silencio llegaba hasta el Goethe su lejano rugido.

La muleta pasó sobre los cuernos, y éstos rozaron las borlas y caireles del traje del matador, que siguió firme en su sitio, sin otro movimiento que echar atrás el busto. Un rugido de la muchedumbre contestó a este pase de muleta. ¡Olé!... Se revolvió la fiera, acometiendo otra vez al hombre y a su trapo, y volvió a repetirse el pase, con igual rugido del público.

El mugir de aquel abismo llegaba a los oídos sobre todo el formidable estruendo que revolvía entonces la naturaleza, cual el rugido del león, venciendo poderosamente el aullido de las otras fieras, él sólo hiela y desmaya más al extraviado caminante.