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De vez en cuando, sobre el ritmo monótono y soñoliento, una canción áspera y estridente como un rugido, como el grito del que cae con las tripas cortadas. ¿Y la poesía? Lúgubre como un calabozo, hermosa a veces, pero como puede serlo el canto de un preso asomado a la reja.

Los cafés, desbordantes de público, lanzaban por las bocas inflamadas de sus puertas y ventanas el rugido musical de las canciones patrióticas. De pronto se abría el gentío en el centro de la calle entre aplausos y vivas. Toda Europa pasaba por allí; toda Europa menos los dos Imperios enemigos saludaba espontáneamente con sus aclamaciones á la Francia en peligro.

Después de probar por mismo a producir idéntico rugido y cerciorarse de que era bien capaz, se vistió, se aliñó y, tomando apresuradamente el desayuno, se salió a la calle liado en su capa y debajo de ella el artefacto musical que tan gozoso le había puesto.

Merced á los infames que la han corrompido, corren por la corte injuriosas calificaciones de nosotros y de nuestro club. ¡Que esos infames salgan de aquí! ¡Que se digan sus nombres! respondió la multitud con un rugido. No decía otro: esa especie de hombres no existe. existe exclamó exasperado el primero.

Inmediatamente sonó á un lado de su cráneo un rugido, que retumbó para él como un trueno capaz de conmover todo el desierto. Se abrió ante sus pupilas un abismo invertido de color de púrpura, con espumas babeantes y erizado de conos de marfil, unos agudos, otros retorcidos.

Avanzaba pesadamente, con fatigoso cabeceo, como movido por las olas de un mar irritado. La multitud lanzó un rugido. La música rompió a tocar. ¡Vítol el pare San Bernat! Pero la música y las aclamaciones quedaron ahogadas por un estrépito horripilante, como si la isla se abriera en mil pedazos, arrastrando la ciudad al centro de la tierra. La plaza se llenó de relámpagos.

Cuando se elevaba en torno de la mesa un ahogado rugido, la respiración de cien pechos descongestionados, los croupiers tardaban varios minutos en reanudar el juego, para pagar á los gananciosos y resolver cuestiones entre los que reclamaban la misma puesta.

Eres lo último que muere De la morada del hombre, Y sin registrar un nombre Estás diciendo al viajero Que allí descansa un mortal. Deten tu paso y escucha El gemido del hermano, El rugido del tirano, El estridor de la lucha... ¡De la lucha fraternal! El alarido de guerra A tus espaldas retumba, La libertad se derrumba, De horror palpita la tierra Que en sangre teñida está.

Entró por fin en casa. Enteramente trastornada, andaba como una máquina. No había nadie más que Papitos, a quien vio, mas no le dijo nada. Encerrose en su alcoba, tiró el manto y se echó en el sofá, dando un rugido. Después de revolcarse como las fieras heridas, se puso boca abajo, oprimiendo el vientre contra los muelles del sofá, y clavando los dedos en un cojín.

El resto de la procesión avanzaba lentamente, saliendo de sus filas un rugido cada vez más desgarrado con sonoridades burlescas y temblores irónicos.