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Actualizado: 4 de junio de 2025


Las costas del puerto se hallan rodeadas de un pequeño arrecife acantilado, que en las puntas de la entrada de la dársena pequeña ó del O. salen próximamente un cable para el N.; el canal suele estar señalado por las valizas que ponen los naturales en las extremidades de estas restingas.

Era un pintoresco batiburrillo en el que se veían melones del tamaño de calabazas, limones gruesos como melones, ciruelas como limones y uvas como ciruelas. Quizá también el joven doctor miraba con cierta complacencia a las lindas griegas asomadas a los balcones y rodeadas de flores.

Lorenzo se aproximó a la ventana, por la que se veía gran parte del jardín, la casa de Baldomero a la izquierda y al fondo las caballerizas rodeadas de corpulentos y seculares ombúes.

Detúvose Materne al salir del bosque, y dijo a sus hijos: Voy a bajar a la aldea para ver a Dubreuil, el posadero de La Piña. Y señalaba con el palo una amplia construcción blanca, cuyas ventanas, así como la puerta, se hallaban rodeadas de una franja amarilla, viéndose colgada de la pared una rama de pino a guisa de muestra.

Para practicar su culto se juntan en la tienda del hechicero, el cual está escondido en un rincon de ella, donde tiene un pequeño tambor, una ó dos calabazas rodeadas de conchas, y algunas bolsas de piel pintadas, en que guarda los materiales de sus encantos: comienza la ceremonia haciendo un gran ruido con el tambor y calabazas; finge luego una epilepsia en que lucha con el diablo, que supone entra en él, teniendo los ojos levantados, las facciones torcidas, echando espuma por la boca, y sus coyunturas descompuestas; hasta que despues de varias y violentas mociones, queda recto y en disposicion de un hombre que se halla con epilepsia: despues de lo cual vuelve como que ha ganado la batalla contra el demonio, fingiendo dentro de su tabernáculo una voz desmayada, chillona y dolorida, como si fuera de un mal espíritu que se supone vencido; y finalmente, tomando una especie de asiento en tres pies, responde de allí á todas las cuestiones que se le proponen: que sea bien ó mal nada quiere decir, porque en caso de suceder lo último, se echa la culpa al demonio.

Veía las mesitas de hierro de los cafés y confiterías de la Recoba , que dividía las plazas de la Victoria y 25 de Mayo que años más tarde demolió el intendente Alvear, rodeadas por borrachines paquetes , por otros ya transformados en verdaderos descamisados o que estaban por serlo, por soldados y marineros barajados con clases , oficiales y hasta jefes, y en las calles laterales y en las veredas, hombres cargados con canastas, que anunciaban en todos los tonos las más variadas mercancías, gentes apuradas, que se llevaban por delante unas a otras; carruajes, carros, tramways, y más lejos, allá abajo, en el puerto, máquinas de tren que cruzaban, vapores que silbaban, changadores que corrían, carros que andaban entre el agua como en tierra, y sirviendo de fondo a la escena el río imponente con su festón de lavanderas en el primer plano, y en lontananza un bosque impenetrable de mástiles y chimeneas.

La árnica tambien está á veces indicada en las enfermedades crónicas, si bien esta indicacion se refiere tan solo á edemas y otras tumefacciones de los tejidos, en las que la materia derramada ejerza la accion de cuerpos estraños irritantes; es decir, en irritaciones crónicas despertadas por una causa mecánica, como la frotacion, pruritos lancinantes con sensibilidad en la piel, úlceras rodeadas de un círculo rojo y sensible, de granos forunculosos, de antrax que se reproducen tenazmente en personas musculosas, sanguíneas, irritables, afectadas de una especie de diátesis, que la árnica, el azufre y muchas veces la nuez vómica curan radicalmente.

Era como un decorado de teatro, partido en varios términos: primero las «villas» sueltas rodeadas de árboles, con balaustres blancos y chorreando flores sus murallas; luego el núcleo de Monte-Carlo, sus hoteles enormes erizados de cúpulas y torrecillas, y en el fondo, esfumados por la distancia y el polvo dorado flotante en la atmósfera, el peñón de Mónaco y sus paseos, la enorme masa del Museo Oceanográfico, la catedral, de un blanco crudo y reciente, y las torres cuadradas y almenadas del palacio del Príncipe.

El camino, que es carretero, aunque difícil y muy pendiente cuando trepa las montañas, atraviesa el valle, y pasando por delante de tres ó cuatro aldeas rodeadas de bosques y vergeles, casi por el pié de una colina donde se destacan aún las ruinas del castillo de Unspunnen, penetra al estrecho valle del Lutschine, riachuelo que desciende á saltos, atormentado y espumante, por un lecho de grandes rocas y peñascales.

Visanteta dio con un codo al cochero y le habló al oído. Era don Juan, el hermano de la señora, aquel de quien todos hablaban mal en casa, aunque con cierto respeto, llamándole por antonomasia «el tío». Los ojillos de don Juan, inquietos e investigadores, revolvíanse en sus profundas cuencas rodeadas de grietas.

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