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Bebieron los tres, después de decir: «¡A vuestra salud!», como tenían siempre costumbre de hacer. ¿De modo dijo Materne volviéndose hacia el enorme posadero, como si prosiguiera una conversación interrumpida que usted cree, señor Dubreuil, que no tenemos nada que temer en el bosque de las Baronías y que podremos tranquilamente entregarnos a cazar jabalíes?

Cuando Dubreuil hubo acabado, se dirigió a su asiento, mientras decía: ¡Ya lo ven ustedes! ¿Y cómo tiene usted esto? preguntó Kasper. Ese cartel, hijo mío, está puesto en todas las esquinas. ¡Pues bien, no nos parece mal! dijo Materne asiendo el brazo de Frantz, que se levantaba echando chispas por los ojos . ¿Quieres fuego, Frantz? Aquí tienes mi eslabón.

Materne se levantó y dijo secamente: Es hora de ponerse en camino; hay que estar en el bosque a las dos, y estamos aquí hablando tranquilamente como cotorras. ¡Hasta la vista, señor Dubreuil! Salieron los tres rápidamente, no pudiendo reprimir la cólera. ¡No olviden lo que les he dicho! gritó el posadero desde su asiento.

Acababa el cazador de llenar las copas, cuando en el viejo reloj dieron las nueve; el gallo de madera agitaba las alas con un chirrido extraño. ¡Salud, señor Dubreuil! dijeron los muchachos con voz ruda. ¡Buenos días, amigos míos, buenos días! respondió el posadero esforzándose por sonreír; y luego, con voz opaca, preguntó: ¿No hay nada nuevo?

A excepción del posadero Dubreuil, el más gordo y apoplético de los taberneros de los Vosgos, un hombre de vientre hinchado en forma de odre, que se sustentaba en los enormes muslos, de ojos redondos, de nariz chata, con una verruga en la mejilla derecha y una triple papada que le caía a la manera de cascada sobre el doblado cuello de la camisa, a excepción de este curioso personaje, sentado en un ancho sillón de cuero cerca de la estufa, Materne se encontraba solo.

He visto a cuatro alemanes que asían a Dubreuil, el gordo, amigo de los aliados; le han tendido en el banco de piedra que hay a la puerta de su casa, y uno de aquéllos, un hombre alto y delgado, le ha dado no cuántos estacazos en las costillas. ¡Je, je, je! ¡Cómo gritaría el muy bribón! Apuesto a que ha negado algo a sus excelentes amigos; por ejemplo, el vino que tiene del año once.

Y les señaló un cartelón pegado a la pared, cerca del reloj. Vean ustedes esto y se convencerán que los austriacos son verdaderamente amigos nuestros. Las cejas del anciano Materne se unieron; pero reprimiendo acto continuo aquel estremecimiento, dijo: ¡Ah, bah! ; lean eso. Pero si yo no leer, señor Dubreuil, ni mis hijos tampoco; explíquenos usted por encima de lo que se trata.

Detúvose Materne al salir del bosque, y dijo a sus hijos: Voy a bajar a la aldea para ver a Dubreuil, el posadero de La Piña. Y señalaba con el palo una amplia construcción blanca, cuyas ventanas, así como la puerta, se hallaban rodeadas de una franja amarilla, viéndose colgada de la pared una rama de pino a guisa de muestra.