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Actualizado: 19 de mayo de 2025
Elena tenía un corazón tierno, inocente, pero un carácter impetuosísimo que los mimos de su marido y de la gente que la rodeaba desde hacía algunos años no habían atenuado. Estaba acostumbrada a que sus caprichos fuesen ley.
Mis pies, estaban dentro del agua; el aire era frío y húmedo; la roca estaba cubierta de una especie de pasta resbaladiza de arcilla diluída; una sombra siniestra me rodeaba y un resplandor tibio, vago reflejo de la luz del día, me revelaba solamente algunas formas indecisas y una gruta llena de arrogantes protuberancias.
El pobre, gracias á tan costosas transformaciones, creía tener una mujer nueva cada veinticuatro horas. Eva, en cambio, se aburría, con un tedio mortal. ¿Para qué adornarse tanto, si ningún otro ser humano, aparte de su marido, podía verla?... Sin embargo, estaba convencida de que era la admiración de todo cuanto le rodeaba.
La niebla que rodeaba los alrededores del pequeño puerto de Pempoul se disipaba poco a poco, y el disco del sol aparecía de un rojo obscuro en medio del cielo gris y sombrío.
En las frases de su amigo, le habían conmovido dos palabras: tus enemigos. Hasta entonces había acusado de su infortunio á la casualidad y la oscuridad impenetrable que rodeaba su pensamiento había contribuído á apaciguarle. El misterio, que al principio le exasperaba, fué después una causa de resignación.
Permaneció inmóvil en la soledad del pinar, insensible a cuanto le rodeaba, como un héroe de leyenda sometido a un encantamiento. Luego se pasó una mano por el rostro, cual si despertase, coordinando sus ideas.
Gabriel olvidaba toda prudencia en el ardor de la discusión. No le inspiraba miedo el Vara de plata con su gesto de inquisidor incapaz de razonamientos; quería convencerle; sentía el ardor, el impulso irresistible de sus tiempos de proselitismo, y hablaba sin recatar sus pensamientos, sin buscarles ningún disfraz por consideración al ambiente que le rodeaba.
La sorda hostilidad del misterio los rodeaba á todos; su vida era frágil, necesitaba de incesantes cuidados para mantenerse; y á pesar de esto, la tripulación, durante siglos y siglos, no había tenido un instante de acuerdo, de obra común, de razón clara.
En el sillón de la izquierda se sentaba otro príncipe español, Don Jaime, quien lejos de parecer aburrido como su compañero, mostraba gran interés en cuanto le rodeaba y acogía con sonrisas y saludos á los caballeros ingleses y gascones. Cerca de ambos y sobre el mismo estrado ocupaba también un sitial más bajo el famoso Príncipe Negro, Eduardo, hijo del soberano de Inglaterra.
Se dió cuenta de que estaba sentado en un sillón, con las piernas extendidas. Luego se incorporó, soltando el brazo de madera, que dejó oir un nuevo quejido de quebrantamiento al verse libre de la desesperada opresión. Rápidamente fué reconociendo el verdadero aspecto de todo lo que le rodeaba. El sol rojo no era mas que una lámpara eléctrica de las que alumbran el puente de paseo de un paquebote.
Palabra del Dia
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