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Actualizado: 17 de mayo de 2025
Miss Nicholson había sido informada por la señora de Aymaret del viaje del marqués, pero con tantas reticencias que la joven americana no hubiera podido admirarse de una decepción; mas, ¿cómo justificar ante la vizcondesa aquella traición a la palabra dada, traición que despertaría necesariamente en la perspicaz señora sospechas fundadísimas?
Y tú, ¿dónde has estado? Tocóle a misia Casilda el turno de relatar su odisea, y lo hizo a tropezones, balbuciente, temerosa de delatarse ella misma con sus reticencias o sus rodeos. Pues, yo, Pablo...
Había vivido de limosna... y quería ser amante de una gran artista llena de necesidades de lujo y de fantasía... ¡Miserable!... Se puso colorado recordando ciertas reticencias maliciosas y alusiones tan embozadas como venenosas de sus amigos envidiosos.
No podían hablarse sin reticencias y se veían obligados á reflexionar, antes de emprender una conversación, á fin de asegurarse de que no había de descarrilar del asunto principal, en desenvolvimientos peligrosos. Ocupados incesantemente en dominarse, afectaban una tranquilidad que estaba muy lejos de sus espíritus.
Al mismo tiempo pudo estudiar, a través de las confesiones y de las reticencias del anciano, el carácter singular de la señora Chermidy. La autoridad de un espíritu sano es muy eficaz sobre un cerebro enfermo.
La catástrofe tuvo lugar a la noche siguiente, pues habiéndose permitido Rubín algunas reticencias desfavorables a la reputación de la Virgen María, saltó Pedernero de su asiento, trémulo y descompuesto, en estado de horrible agitación, y lanzó a su contrario anatema tan furibundo que los amigos tuvieron que sujetarles. «Porque yo soy un lipendi.
Cuando me tropezaba y no iba muy ocupada, solía detenerme y charlar conmigo, mostrándome siempre la misma compasión. ¡Las veces que me habrá llamado pobrecito aquella buena señora! ¿Qué clase de relaciones eran las que existían entre ella y D. Oscar? Si fuera a dar crédito a las insinuaciones y reticencias que había oído, el bendito señor era su amante.
Se hacían reticencias oscuras sobre el obispo, que les hacía prorrumpir en carcajadas desaforadas; se dirigían pullas amistosas acerca de los derechos de pie de altar que cada cual recogía; se hablaba con enternecimiento de la cosecha y se probaba matemáticamente la existencia de Dios.
Bien sabe usted que me ha dicho que Jenny Hawkins era Juana Baud... No puede usted salir de este paso sino por la franqueza. Si ha cometido una falta, explíquela sin reticencias, pero no trate de negar, porque es inútil. Cada paso que dé ya en esa vía, le perderá más seguramente...
La condición inevitable y suprema de la tragedia es la «fatalidad»: distínguense, desde luego, lo trágico de la «situación», y lo trágico del «carácter». En ambos casos importa que la escena sólo pueda desenlazarse de «un modo», y que las voluntades presas en tal conflicto ó torneo, no puedan seguir más de un camino: inútilmente la razón aconseja y la prudencia y la ternura suplican juntando las manos; los acontecimientos continúan su curso, los personajes avanzan como autómatas empujados por la espalda. «¿Qué puedo hacer? ¿Qué debo hacer? ¿Qué necesito hacer?...» Esto se lo preguntaron Edipo, Orestes, Hamleto, Don Alvaro... ¡todos!... Pero sus dudas no aprovechan, sus reticencias también son vanas; callan lo que debieran decir, hacen lo que no quisieran hacer, y, como fuera de sí mismos, marchan hacia lo Inevitable, que es la desesperación, la muerte, la sublimidad en el horror.
Palabra del Dia
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