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Actualizado: 3 de mayo de 2025
Pero la hermosa causa que proclama Millares de hombres á su lado llama, Que no saben quien es. Vuelan á las banderas de la gloria, Y en su frente presagios de victoria Creeríanse leer. Castelli los convoca á la pelea Al pié del pabellon que al aire ondea, Y que en Mayo nació; Y en su serena faz resplandecia El entusiasmo santo en que él ardia Cuando «Igualdad!» gritó.
Lucía bordaba con todo primor, en blanco, en seda y en oro; hacía calados, pespuntes y vainicas como pocas, y en guisos y dulces nadie se le ponía delante, que no saliera con la ceniza en la frente. Sólo resplandecía aún la superioridad de Doña Antonia en las faenas de la matanza.
La luna resplandecia en lo alto del horizonte; pero no alumbraba sino los techos de sus viejos monumentos: sus estrechas y tortuosas calles estaban casi todas cercadas de tinieblas.
Entró, y la cara de Fortunata resplandecía de contento y animación. ¿Qué había pasado? Maxi no lo pudo penetrar, aunque sus celos, aguzadores de la inteligencia, le apuntaban presunciones que bien podrían contener la verdad.
Pedir a Isidora que no insistiera, era como pedir al sol que no alumbrase. Era toda convicción, y la fe de su alto origen resplandecía en ella como la fe del cristiano dando luz a su inteligencia, firmeza a su voluntad y sólida base a su conciencia. El que apagase aquella antorcha de su alma, habría extinguido en ella todo lo que tenía de divino, y lo divino en ella era el orgullo.
Pálida y convulsa resplandecía tan bella la muchacha, que Narcisa hubiera querido aniquilarla con sus ojos acerados, cargados de ira. Cuando la dejaron sola con su terror, se quitó con manos temblonas el alegre vestido blanco, y otra vez se abrumó bajo la tela sombría de su luto.
Mil lozanos y frondosos árboles subían hasta la cima del cerro que en el centro de la isla se alzaba, como ramillete en forma de piña, en cuya punta, destacándose sobre el limpio fondo del aire, resplandecía un blanco santuario de la Virgen, dorado ya por los casi horizontales rayos del sol naciente.
Carlos I debió de ser gran admirador de sus creaciones, aun de aquellas donde más resplandecía la libre sensualidad del paganismo, pues si bien es cierto que al retirarse a Yuste llevó consigo gran número de cuadros de devoción, años atrás, según refiere Jusepe Martínez, había mandado pintar a Ticiano, además de un retrato, unos cuadros de unas poesías, que a no ser tan humanas, las tuviera por divinas, ¡lastima grande para nuestra religión!
Si me dais medios de que lo sea, os perdono. Rechazo vuestro perdón, y me asombro de que me lo ofrezcáis; ¿pues en qué os he ofendido yo? ¡Ay, triste de mí! ¡Qué desgraciada soy! Inclinó la comedianta la hermosa cabeza, y luego la levantó en un movimiento sublime. Su mirada resplandecía. Quevedo la miraba con asombro. No, no soy desgraciada dijo la Dorotea , sino muy feliz, felicísima.
Su dulce rostro resplandecía de contento, y sus grandes ojos azules brillaban como llenos de entusiasmo; hasta parecía que la joven hablaba en voz alta. Hullin prestó atención, pero precisamente en aquel momento pasaba un carro por la calle y no pudo oír nada. Entonces, tomando una resolución sin titubear, entró diciendo con voz fuerte: Luisa, ya estoy de vuelta.
Palabra del Dia
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