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Actualizado: 3 de mayo de 2025


La tempestad acababa desatándose en torrentes de lluvia o en abundantes copos de nieve. Luego se serenaba el aire y el sol resplandecía. Tal vez el iris se dilataba sobre el estrecho en arco majestuoso, cuyos estribos eran los cerros de una y otra margen. A veces asaltaba a los atrevidos navegantes el recelo de no acertar a salir de aquel laberinto y de tener que morir allí.

Ya el arma ingeniosa, que la industria ha creado para el mejoramiento y cultivo de las barbas de la mitad del género humano se alzaba en la mano del iracundo barbero; ya el agudo filo resplandecía en lo alto, próximo á caer sobre el indefenso cráneo del que fué lego, abate y covachuelista, cuando otra mano providencial atajó el golpe tremendo que iba á partir en dos tajadas á todo un graduado en cánones de la Complutense.

Después del trinquis, Mauricia pareció como si resucitara, y su cara resplandecía de animación y contento.

Goa resplandecía entonces en su mayor auge como centro y capital del imperio lusitano en Oriente; imperio que se extendía desde Sofala a Malaca, por todas las costas del Océano Índico y del Golfo de Bengala, y dilatándose además por muchas islas del mar del Sur, como Ceilán, Sumatra, Java y las Molucas, donde el rey de Portugal había levantado fortalezas e imponía tributos.

Dijo; y afectando la gravedad de un Mecenas, miróme el Duque de Cantarranas con expresión de superioridad, no sin hacer otro gesto nervioso que parecía hundirle la nariz, romperle la boca y rasgarle el cuero de la frente, de su frente olímpica en que resplandecía el genio apacible, dulzón y melancólico de la poesía sentimental. Aquello me turbó. ¡Tal autoridad tenía para el prócer insigne!

La fotografía de la primera página era más reciente y en ella resplandecía, con el fino tipo de las Aliaga, una maravillosa cara de mujer, la madre de ellas. Más que su noble belleza, impresionaba el alma de los ojos, profunda, dulce, y su expresión singularmente parecida a la de Laura. Este retrato ejercía sobre Adriana una especie de fascinación. Solía largamente contemplarlo.

Tiro había hecho después renacer el poder cananeo o fenicio y estaba en toda su gloria y florecimiento. Sobre el trono de Tiro resplandecía el rey Hiram, amigo de Salomón, hijo de David. Israelitas y fenicios eran estrechos y felices aliados. Muy largo sería describir aquí la grandeza de Tiro. Dejémoslo para mejor ocasión.

En el centro de aquel templo fantástico, iluminado por lámparas de plata, resplandecía la estatua colosal del hijo de Devaki. Morsamor, conducido por Narada, había admirado todo aquello.

Palabra del Dia

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