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La sala, sin embargo, resplandecía como un ascua de oro, porque estaba iluminada con tres magníficos velones de Lucena de a cuatro mecheros cada uno y con algunas velas de cera que ardían en los candeleros de media docena de hermosas cornucopias, colgadas en las paredes sobre el rojo damasco que las tapizaba.

El inglesito no faltaba jamás en estas diversiones. Y Rafaela, como el sol en el meridiano, resplandecía por su hermosura y elegancia y parecía dichosa.

Sobre ella ha alzado Bergia el estandarte de su grandeza moral y política. ¡Oh! La hojalata tiene también su epopeya. El cielo estaba despejado; el sol derramaba libremente sus rayos, y la vasta pertenencia de Socartes resplandecía con súbito tono rojo.

Por dentro resplandecía el blanco aseo de las casas de Andalucía.

A veces un soplo más fuerte de la brisa levantaba sordo rumor entre las ramas medio desnudas de los árboles. El arroyo estaba cubierto de una bruma blanca y espesa, por encima de la cual asomaban sus puntas los juncos y arbustos que crecían en las orillas. A la luz de la luna este manto de bruma resplandecía tan blanco como la nieve.

Y por estilo semejante, el P. Enrique, que a penas se fijaba en la belleza y elegancia del cuerpo y rostro de doña Luz, ni en la distinción de sus modales, ni en el reposado y majestuoso continente de toda su persona, hundía la mirada a través de estas prendas corporales y exteriores, y llegaba al alma, donde resplandecía un mundo de pensamientos, que eran los suyos propios, pero mil veces más bellos, reflejados por doña Luz, que tales como ellos eran.

Por tu culpa: ¡ aprobabas todo lo que ella te decía! ¡Bah, eran fantasías propias de su edad! ¿ lo crees? Eran caprichos de una déspota insoportable. , pero ¡qué corazón y qué sinceridad! ¡Jamás una mentira salió de sus labios! ¡Qué hermosa mirada resplandecía en sus ojos cuando se le corregían sus faltas!... siempre leves.

Sus mejillas nacaradas parecían hechas de una materia trasparente a fin de que pudiera verse que aquel cuerpo no contenía ninguna sustancia inmunda: todo era puro, blanco, luminoso. Lo que caracterizaba aquel rostro, lo que resplandecía en sus ojos, en su frente, en sus cabellos, hasta en sus orejas, era una ausencia absoluta de malicia.

Al amparo de los árboles se formaban en hileras las carretillas ocupadas por los heridos. Oficiales y soldados permanecían largas horas en la sombra azul viendo cómo pasaban otros camaradas que podían valerse de sus piernas. La santa gruta resplandecía con el llamear de centenares de cirios.

Su cara angulosa resplandecía como la de un general que acaba de ganar una batalla. Sus largas, descomunales extremidades se movían como las aspas de un molino, al dar cuenta del suceso a los hombres de negocios que había acudido a casa del duque en demanda de noticias.