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Actualizado: 28 de julio de 2025
Alrededor de la arcada, espesa hiedra tapizaba las paredes y, trepando hasta el tejado, enlazaba las vigas con su cordaje nudoso y se estremecía alegremente por encima de las tejas.
Los laureles crecían rectos hasta llegar a las barandillas del claustro alto; los cipreses agitaban sus copas como si quisieran escalar los tejados; las plantas trepadoras se enredaban en las verjas del claustro formando tupidas celosías de verdura, y la hiedra tapizaba el cenador central, rematado por una montera de negra pizarra con cruz de hierro enmohecido.
Reíansele los ojos, las facciones todas, y el sol, indiscreto cronista de los cutis marchitos, jugaba sin temor entre el dorado imperceptible vello que tapizaba las mejillas de la niña, tiñéndolas con tonos calientes de rancio mármol. Lucía esperaba que la hablasen, y su mirada lo pedía.
En dos minutos quedó el istmo despejado y abierta una senda en el campizo que tapizaba por allí los raigones del peñasco, hasta el montón de nieve sobre el cual yacía Chisco.
De tarde en tarde recibía también la visita de camaradas del aviador, acogiendo sus noticias con lágrimas y sonrisas. Su hijo alcanzaba la Cruz de Guerra después de un combate aéreo. La madre había recortado el pequeño párrafo que hacía referencia á este hecho, clavándolo con dos alfileres en la seda que tapizaba su dormitorio. Nada le importaba que los demás lo ignorasen.
La sala, sin embargo, resplandecía como un ascua de oro, porque estaba iluminada con tres magníficos velones de Lucena de a cuatro mecheros cada uno y con algunas velas de cera que ardían en los candeleros de media docena de hermosas cornucopias, colgadas en las paredes sobre el rojo damasco que las tapizaba.
Arreglaba un altar y vestía las imágenes mejor que ningún sacristán. Tapizaba muebles, hacía flores primorosas de cera, empapelaba habitaciones, bordaba con pelo, pintaba platos.
Este cuadro tenía un fondo opaco y pardusco que advertía claramente de que la escoba no había penetrado jamás en aquel recinto. El polvo envolvía en su manto protector los muebles, los libros y los frascos de la habitación, y la tapizaba tan perfectamente que los pies no echaban menos la mullida alfombra.
El pensamiento del infierno cruzó el primero su mente, mas se distrajo en seguida mirando el feísimo papel verduzco que tapizaba las paredes, cruzado de arriba abajo por guirnaldas de flores, entre las cuales se entrelazaban largas ristras de micos que subían hasta el techo en actitudes grotescas, dándose todos las manos: pareciéronle diablillos aquellos feos animalejos y púsose a contarlos uno a uno, haciendo para seguirlos esfuerzos increíbles con la vista, y contando en todo lo que con ella abarcaba más de quinientos veinte...
Palabra del Dia
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