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Actualizado: 8 de junio de 2025
¡Se muere! ¡Se muere!... ¡Ha sido ella, sí, ella!... Pero yo la mato... ¿sabe usted? la mato... Después que me maten a mí... que me echen al mar... Quiero vengar a mi señorito... ¡Yo mato la zorra, yo! El anciano, sin saber de dónde la sacaba, apretaba al mismo tiempo con tal fuerza las muñecas del presbítero que a éste le costó trabajo reprimir un grito de dolor. ¡Calma, Ramiro, calma!
Esta reserva impresionó a la joven. Hallábase ella precisamente en uno de esos momentos de expansión, en que la alegría espiritual rebosa del pecho. Pensaba hacer partícipe de ella a su virtuoso confesor. Mas hete aquí que a éste le da por callar y abreviar la confesión todo lo posible. La joven se levantó al fin triste y sin poder reprimir un movimiento de despecho.
Y dejando caer de nuevo la cabeza poblada de greñas sobre la butaca, cerró los ojos con soberano desprecio. Los tertulios del maestrante volvieron su atención al juego, sin dejar de reír. Pero el conde quedó muy pronto pensativo y distraído otra vez. Al cabo, no pudiendo reprimir el desasosiego de sus nervios, levantose de la silla. Vamos, D. Enrique, ocupe usted mi puesto.
¿Y quién es su señorita? ¡Toma! La señorita Gloria. No pude reprimir un movimiento de susto, y me puse, no a leer, sino a devorar la carta, apretada la garganta y las manos trémulas. La buena mujer debió de observar mi turbación, porque al levantar los ojos vi una sonrisa en sus labios.
Don Quintín no pudo reprimir el atrevido pensamiento, y repuso: Monina, ¿me quieres a mí de huésped? No, porque vivo solita; un señor mayor, sí; pero hombres de buena edad, así como usted... ¡nones! ¡De buena edad! ¿Qué cosa podía lisonjearle más? Una mujer joven y bonita le consideraba peligroso.
Me pesa en el alma de que mi padre sea así; de que hable con irreverencia y burla de las cosas más serias; pero no incumbe a un hijo respetuoso el ir más allá de lo que voy en reprimir sus desahogos un tanto volterianos. Los llamo un tanto volterianos, porque no acierto a calificarlos bien. En el fondo, mi padre es buen católico y esto me consuela.
¿Verdad que ni Marco Polo ni Magallanes lo hubieran hecho mejor que yo? dijo Núñez avanzando hacia ella con la mano extendida. Su rostro pálido de barba partida sonreía con la acostumbrada expresión irónica. Elena no pudo reprimir un gesto de disgusto, pero recobrándose súbito le tendió la mano con un esbozo de sonrisa. ¡Ya, ya! Hay que darle a usted una condecoración por su audacia.
Me agradan mucho los discursos sobre la paz cuando nada tengo que hacer y hago la digestión de la comida; eso conforta el ánimo. Y después de dichas tales palabras, Catalina se volvió tranquilamente y acabó de comer el trozo de jamón. Pelsly quedose estupefacto, y el doctor Lorquin no podía reprimir una sonrisa.
Desde que la señora Percival me había revelado la realidad, sólo había vivido para ella, pensando en volverla a encontrar y declararle francamente mi amor. ¿Es esto cierto? le pregunté al fin en una voz cuya aspereza no pude reprimir. Tomé su mano fría e inerte entre las mías y contemplé su hermosa cabeza caída. ¡Ay de mí! desgraciadamente lo es fue su débil contestación.
Allá en el confín del horizonte percibí una torre elevada, y al lado de ella otras varias más chicas. ¡Sevilla! ¡Sevilla! grité con voz recia, sin poder reprimir la extraña y viva emoción que me embargaba. Y avergonzado en seguida de aquel grito, me volví para ver si mis compañeros se reían.
Palabra del Dia
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