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La luz que ilumina los banquetes viene a herir mis ojos por las rendijas de los balcones; el ruido de los panderos y de la bacanal que estremece los pisos y las vidrieras, se abre paso hasta mis sentidos, y entra en ellos como cuña a mano rompiendo y desbaratando.

La niña, muerta de miedo, preguntaba: «¿Quién anda ahíOctavio, metiendo la voz por las rendijas del balcón, respondía: «Carmen, te quiero, te quiero»; y se descolgaba rápidamente riéndose del susto de su novia.

Cuando estuvo acabado, Allen se sentó varias veces en la parte de afuera de la pared agujereada por nosotros a tocar el acordeón, y con el dedo untado en alquitrán fué tapando las rendijas que podían verse. Ya hecho este primer camino, discutimos entre los tres una cuestión importante: la manera de cruzar el pantano de la orilla. Por él, según decían, era tan imposible andar como nadar.

Pensó que tal vez el enemigo, oculto en la maleza, veía las rendijas de la puerta iluminadas y esto le hacía persistir en sus provocaciones. Apagó la vela y se tendió en la cama, experimentando una sensación de bienestar al verse en la obscuridad, con la espalda hundida en las crujientes blanduras del jergón. Podía aullar horas y horas hasta perder la voz aquel bárbaro.

Y Azorín escucha a través de su letargo este concierto de centenarias melodías, este concierto de melodías tan dulces, tan voluptuosas, que traen a su espíritu consoladoras olvidanzas. Entonces, cuando una débil claridad penetra por las rendijas de la ventana, se oye sobre la canal de latón, que pasa sobre ella, un traqueteo sonoro, ruido de saltos, carreras precipitadas, idas y venidas afanosas.

Miró en torno suyo: chisporroteaba una lamparilla sobre la mesa; una mujer de edad madura roncaba desapaciblemente al pie de la cama, en un gran butacón, y por las rendijas de las dos ventanas, cerradas ambas, entraban discretos rayos de luz, cual si el nuevo día se adelantase de puntillas y sonriendo a dar la enhorabuena al enfermo.

Fisgona impenitente, no había castigo que la curase de la pasión de arrimar, ora el ojo, ora el oído, a todas las rendijas y cerraduras de los aposentos; y, a creerla por su palabra, ¡qué cosas veía y escuchaba en aquellos vedados interiores!

, señor; lo mismo la hija del Marqués ó del Conde, que la del médico ó el abogado y la del artesano ó el campesino, así la doctora en amor de la metrópoli, como la tétrica de la ciudad sedentaria, y la díscola lugareña, todas hablan con el novio por el balcón, por la reja baja, por el tejado, por las rendijas de la puerta, por la tapia del huerto á la luz del sol, á la de la luna, á la de los faroles y á ninguna luz: ¡á la faz de los transeuntes, cuando los padres son gustosos, y de media noche para abajo, entre la una de la madrugada y el amanecer, cuando se opone la familia!

A pesar de tener cabe un brasero con lumbre, Ramiro sentía colarse por las rendijas ese estremecimiento glacial de la atmósfera que anuncia la nevasca. Las losas de la calle y los sillares de los palacios tomaban tonos lívidos, ateridos. El viento ululaba.

De las cosas del mundo por dentro, no conozco sino lo que vosotras me habéis contado; otro poquito más que he atisbado por las rendijas al pasar, principalmente con mis Mary, aquella institutriz inglesa que despidió papá de muy buena gana al entrar yo en el colegio, y había tomado un año antes; lo poco que he aprendido con el trato de las amistades de casa, y lo que se ve o se trasluce en las páginas de algunos libros y entre renglones de otros.