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La atmósfera del cuarto de la enferma estaba pesada y envolvía mi cabeza como un manto sofocante; los vapores de fenol me quemaban el cerebro; la respiración comenzaba a faltarme. Corrí a la ventana y apoyando mi frente en el marco, aspiré el aire frío de la noche que penetraba en el cuarto por las rendijas. El día apareció a través de las cortinas, un día frío y gris, sumido en la niebla.

Don Pompeyo iba taciturno. Abrió la puerta de su casa con su llavín; entró sin hacer ruido; y a poco cerraba los ojos, metido en su lecho, por no ver la claridad acusadora que entraba por las rendijas de los balcones cerrados. Aquello de acostarse de día era una revolución que mareaba a Guimarán; dudaba ya si las leyes del mundo seguían siendo las mismas.

Desde el 63 todo estaba cerrado allí; sólo se abría los días de limpieza. La casa tenía por habitantes el silencio, que se aposentaba en las alcobas, entre luengas colgaduras hechas a imagen del sueño, y la obscuridad se agasajaba en las anchas estancias. Por algunas rendijas la luz metía sus dedos de rosa, arañando las tapicerías.

Un frío punzante e irresistible, el frío que sigue a las grandes nevadas, deslizábase por las rendijas de las maderas, filtrábase por las paredes. Feli se agitó en el lecho, murmurando con suspiro infantil, sin abrir los ojos: -Frío... mucho frío. Estaba cubierta por la única manta que tenían en la casa y el mantoncillo que le había comprado Isidro al comenzar el invierno.

Las ballenas se doblaban y parecían próximas a estallar con la presión de sus vientrecillos cada vez más redondeados. Al pasar junto a un balcón, hiriólas el frío que entraba por las rendijas. Llovía, y la gente pasaba chapoteando en el fango, con el paraguas calado. ¡Qué bien se estaba allí dentro, en el caliente comedor, ante una mesa tan abundante!

Sintió la cobardía de aquella tarde ante el espacio cubierto de nieve; un empequeñecimiento de niño abandonado, un deseo de achicarse, de dejar de ser hombre, de convertirse en un insecto, en una planta, en una piedra, en algo que estuviese por debajo de las crueldades humanas; y rompió a llorar silenciosamente, permaneciendo entre el sueño y el doloroso desvelo, víctima de pavorosas alucinaciones, hasta que se filtró la luz del día por las rendijas de la ventana.

La tengo por principal. Dios os libre de un portento embozado, de un lucero entre nubes, de una mano entre rendijas, de un envido de buscona, y sobre todo, de un quiero. Desconfiad de carta de dueña como de pastel de hostería, y sobre todo, recibidme por maestro. ¿Dónde vivís? No lo aún; ¿y vos? Yo... vivo aquí. ¿Acabáis de llegar? Ya os lo dije; torno á esta tierra, de un destierro.

Suena el lento y ruidoso rodar de un carro; luego el campanilleo de las burras de leche; óyese a lo lejos el vocear de un pobre vendedor ambulante; y por los resquicios y rendijas del balcón penetra, en hilos plateados, la clara luz del día. Don Juan despierta y se arroja del lecho abajo, restregándose los ojos. Todo ha sido un sueño mentiroso.

Por las rendijas de las ventanas, por debajo de las puertas, al través de las paredes parecía filtrarse el perfume virginal de los inmensos huertos; aquel olor que evocaba la visión de carnales desnudeces, acosaba con agudas punzadas su joven virilidad. Era el aliento embriagador que venía de allá abajo, después de haber pasado tal vez por los pulmones de ella agitando su mórbido pecho.

A la hora del alba, cuando la nueva luz comenzó a señalar las rendijas de la ventana, el amor de Beatriz se encendió como nunca en su pecho. Pensó en ella apasionadamente. Pensó con frenesí en el goce de vivir y de amar, animando junto a él la ilusión de una boca bajo la suya, de sedosa cabellera perfumada, entre sus propias holandas.