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Actualizado: 5 de junio de 2025
Pero era el viento en las rendijas. Felicita volvió a acostarse en el sofá. ¿Qué ruido es ése? murmuró Felicita, cayendo de rodillas, desvariada . Se oye murmurio de preces. Se oye chisporrotear de cirios. Rezan la recomendación de un alma. Anselmo ha muerto. Anselmo ha muerto. Pero era el ruido de la lluvia en los cristales. Al entrar Telva, Felicita oraba, de rodillas.
Una sola estancia rectangular con piso de madera, manchado de harina, lleno de agujeros y rendijas, por las cuales se veía a las ruedas revolver furiosamente con sus brazos de roble el haz del agua.
Guárdese los consejos para cuando los pida. Buenos días. Al subir la escalera vio en el primer rellano en la penumbra de la casa cerrada, sin otra luz que la de las rendijas de las ventanas, a su madre, erguida, ceñuda, tempestuosa, como una imagen de la justicia. Pero Rafael no vaciló.
Los días de temporal, más que una casa, parecía aquello un barco; las puertas y ventanas golpeaban con furia, el viento se lamentaba por las rendijas y chimeneas, gimiendo de una manera fantástica, y las ráfagas de lluvia azotaban furiosamente los cristales. En la casa vivíamos tres personas: mi madre y yo, y la vieja que había sido nodriza de mi madre, a quien llamábamos la Iñure.
Para matar á este animal, los indios usan de esta traza: júntanse muchos, y levantando una estacada, se meten dentro de ella, desde allí hacen gran ruído y estrépito para llamar á aquellos animales, y mientras ellos de fuera procuran echar por tierra la empalizada, los indios, mirando por las rendijas, los flechan y matan á su salvo.
Severiana casi no les oía, porque la cocina estaba lejos; pero la pequeñuela, a quien despertaron los gritos y la novedad del no acostumbrado lecho, se tiró de la cama, atravesó a gatas un pasillo, entró en el gabinete donde estaba el Niño Jesús, débilmente alumbrado por la lamparilla, contemplole un instante como si fuese un muñeco, y luego, atraída por la claridad a que dejaban paso las rendijas y junturas, empujó suavemente la puerta del comedor, y destacando sobre el fondo oscuro del gabinete, apareció iluminada por el intenso resplandor de las luces que alumbraban la cena.
Cerraron tras sí la puerta de la boardilla; pero esta puerta, vieja y desvencijada, tenía tales rendijas, que le permitieron a Miguel enterarse de lo que dentro ocurría: el cura encendió un quinqué, que había sobre la mesa de la plancha, y acto continuo se despojó de la sotana, y quedó en mangas de camisa hecho un gladiador; y para que todavía la semejanza fuese más perfecta, remangóselas, y lo mismo los pantalones.
<tb> Iba ya el resplandor del día dibujando líneas de luz por entre los resquicios y rendijas del maderaje del balcón, cuando don Juan, desasiéndose de los brazos de Cristeta, entre melosidades y ternezas, se fue a su cuarto, donde desbarató su propia cama para que los criados ignorasen que no había dormido allí.
Pero al llegar los jornaleros ante la puerta iluminada, detuviéronse con un temor que tenía algo de religioso. Nunca habían entrado allí. El aire, caliente, cargado de emanaciones de gas, y el rumor de innumerables conversaciones que se escapaban por las rendijas de la cancela, intimidábanles como la respiración de un monstruo oculto tras las cortinas rojas del vestíbulo.
Tras la luz rosada del amanecer marcábanse en las rendijas las barras de oro de la luz solar. Pero en vano transcurría el tiempo: ni misa cantada ni pedradas. El tío Ventolera permanecía invisible.
Palabra del Dia
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