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Actualizado: 4 de mayo de 2025
Barajaba entonces los naipes antes de la jugada de su adversario con una mirada irritada y recelosa, y volvía un triunfo pequeño con un aire de aversión inexpresable como si en el mundo en que tales cosas se producen no valiera más echarlo todo al diablo... Cuando la fiesta había llegado a ese grado de libertad y animación, era costumbre que los servidores, después de haber terminado el servicio pesado de la cena, tuvieran su parte de diversión y vinieran a mirar el baile, de modo que las piezas del fondo de la casa quedaban solitarias.
Los acreedores entraron en razón; guardaron secreto acerca del estado de sus negocios: sólo exigieron que Clementina firmase, en unión con su marido, los pagarés renovados. Poco después, la suerte favoreció un poco en la Bolsa a Osorio y pudo aletear como antes, aunque bajo la mirada recelosa de los hombres de dinero, que le pronosticaban unánimemente la quiebra más tarde o más temprano.
Al fin, aquella corza ligerísima, un poco más familiarizada con la vista del joven, principió á vagar por los contornos de la tienda, aunque siempre recelosa y pronta á escapar. Una noche Octavio le dió la mano al despedirse, como si se tratase de una persona formal. La niña se lo agradeció con una sonrisa.
Comprendí que el mundo especial en que había vivido, ese mundo que se llama casa de vecindad, donde resaltan todas las miserias, todas las adyeciones, todas las ignorancias, la había hecho recelosa y desconfiada. Puedes almorzar así todos los días, la dije, si consientes en que se realice lo que he pensado respecto a ti.
Sin tiempo para pensar en lo que aquello sería, pero movido de recelosa curiosidad, intentó Morsamor ir adonde sonaba el ruido a fin de enterarse de todo. En pie estaba ya para realizar su intento, cuando por el lado contrario, se abrió una puertecilla, penetró por ella un bulto y Morsamor oyó una voz varonil que decía: ¡Voto a los demonios todos del infierno! ¡Olimpia! ¡Olimpia! ¿Estás ahí?
Tras aquellas niñas tan alegres, que corrían y gritaban sin cesar un punto, no corría, sino andaba a lentos pasos, mustia y como recelosa, otra niña no menos agraciada y no más entrada en años que ellas. Había, sin embargo, notables diferencias entre una y otras. De éstas, las que no eran rubias eran muy blancas; aquélla era morena.
Por entonces los conocí yo siendo estudiante todavía, durante las vacaciones de verano, en la romería de la Virgen de las Nieves. Me parecieron de muy mala catadura, particularmente el mayor, en cuyo semblante de torva y recelosa mirada, lo mismo que en el resto de su persona, se veían las huellas y el estrago de todas sus malandanzas.
Me miró entonces el mediquillo con cierta insistencia recelosa, cambió dos veces de postura en el sillón, sonrióse un poco y me dijo al fin: ¿Tacharía usted a un hombre, de los llamados cultos, porque hiciera coplas... de las buenas, se entiende, o pintara cuadros magistrales, copiados de la Naturaleza? No por cierto respondí.
A pesar del embozo, Aviraneta le conoció al momento y Salvador también. Tablillas dijo D. Eugenio , cuartéate aquí, que somos amigos. El atleta se acercó, examinando con atención recelosa a los dos caballeros. Señor Vinagrete y la compañía, buenas noches.... Estaba encandilado y no les conocía. ¿Está durmiendo ya el Sr. D. Felicísimo? Todavía están en brega.
Lo que sí puedo deciros es que estaba completamente transformada: sólo conservaba de lo que había sido, la cicatriz de la herida que se había hecho en la mano derecha al huir de la infamia: por lo demás los gérmenes morales y físicos que en ella existían cuando yo salí seis años antes de Madrid, se habían desarrollado: en lo moral no era ya pobre muchacha de maneras humildes, viva y tímida a un tiempo, recelosa y confiada, conocedora sólo de la miseria y resignada por un instinto de fuerza a su pobreza: era en el aspecto una dama en la que nada podía echarse de menos, ni las maneras sueltas, dignas y sin afectación del gran mundo, ni el gusto más exquisito en el traje, ni la posesión de sí misma, ni la ausencia de toda afectación, de todo encogimiento: quedaba siempre en ella la mirada lúcida, anhelante; la dulce palidez, la triste sonrisa, la expresión melancólica y profundamente resignada; pero no era aquella la resignación que se refiere a los dolores físicos, a las privaciones, al trabajo, a la carencia de todo lo necesario: era una resignación más terrible, porque se refería al infortunio del alma; a la carencia de esas expansiones, sin las cuales un ser humano no es otra cosa que un cadáver a quien su propio cuerpo sirve de ataúd ambulante.
Palabra del Dia
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