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Actualizado: 4 de junio de 2025


Lo que no me llenó en el primer momento fueron los ojos. Eran demasiado soñadores, de color azul demasiado pálido para esa criatura exuberante de vida. Parecían ahogarse en éxtasis; sin embargo, los párpados, medio bajos, dejaban escapar una mirada inquieta, recelosa, como la que tienen los perros malos a quienes se castiga con frecuencia.

La pobre Tribuna, tan intrépida cuando peroraba, se halló del todo cortada y recelosa, y creyó sentir que le anudaban la garganta con un dogal. Esperó en vano una expansión, una caricia dulce y apasionada, que no vino. Baltasar se callaba cosas muy buenas, y seguía taciturno.

Aurelia, que tal vez por indicación de su tío y curador, o por propias sospechas, creía saber de dónde procedía aquel dinero, andaba melancólica, recelosa. No podía menos de mirar a su hermano con ojos donde se reflejaba la pena, la lástima y la indignación también. Así continuaran las cosas hasta Carnaval.

Pero su mano, á despecho del sosiego que afectaba, temblaba levemente. Soledad, con la cara entre las manos, se mantenía en actitud fiera y recelosa. Paca tuvo lástima de ella. Escucha, Soledad: eres una criatura que no ha visto el mundo más que por un agujero.

La pobre niña, sin comprender qué significaba aquel cambio, sintió su pequeño corazón apretarse; exploraba con sus bellos ojos profundos los semblantes y trataba de descifrar el enigma que guardaban. Se hizo más grave, más recelosa, más tímida. Y como viera que le negaban los juguetes o las golosinas que antes le otorgaban a manos llenas, se abstuvo de pedirlos.

Manolo, sin soltarla, profirió en voz baja con acento apasionado: Déjamela siquiera un minuto. ¡Cinco meses hace ya que no la toco! ¡Un siglo! exclamó la tabernera con sonrisa apenas perceptible, echando al mismo tiempo una mirada recelosa á la puerta. Manolo advirtió esta mirada y, soltando bruscamente la mano, preguntó: ¿Y Velázquez? Tan bueno respondió poniéndose levemente colorada.

Dio un brinco y se plantó sobre la baranda del corredor; ascendió luego fácilmente por el grueso sarmiento de la parra que se enlazaba retorciéndose a las columnas de madera que sostenían el tejadillo, encaramose sobre éste y echando una mirada recelosa en torno y otra de ávido anhelo a la ventana del palomar, sacó la lengua y se relamió repetidas veces con repugnante ausencia de sentido moral.

Si ello, al fin, ha de ser, nada se pierde con esperar un rato, que no llega tarde quien llega. En estas y otras cavilaciones hallábase Román escondido entre el espeso ramaje del árbol, cuando vió llegar con tardo paso, y mirando a todas partes con faz recelosa, un hombrecillo envuelto en un capote lleno de remiendos.

Pocos días después, al cruzar Josefina por el cuarto de la plancha para ir al comedor, oyó a Concha decir dirigiéndose a María: Di, chica, ¿has planchado ya la ropa de la hospiciana? Se detuvo, sin saber a quién se refería, y paseó su mirada recelosa de una a otra doméstica, hasta que una carcajada, que ambas soltaron a la vez, le hizo comprender que se trataba de ella.

¿Temes, acaso, que al sentir tu mano, tiemble asombrado el ánimo cobarde, y se estremezca el alma recelosa?

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