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Actualizado: 5 de junio de 2025
Parecían deseosas de hablar a Mauricia; pero no se atrevían a adelantarse hasta la cama. Guillermina, concluida la ceremonia, no les quitaba ojo, y por fin resolvió darles el quién vive. «Señoras mías les dijo , ¿qué bueno traen ustedes por aquí? Si han venido por devoción, me parece muy bien.
Pero al acostarse volvió Ido a ser atormentado por sus temores, y no tuvo más remedio que estar toda la noche hecho un ovillo, con las manos cruzadas en la cintura, porque si en una de las revueltas que ambos daban sobre los accidentados jergones la mano de su mujer llegaba a tocar el duro, se lo quitaba, tan fijo como tres y dos son cinco.
Una porción de cosas extrañas e incomprensibles; en qué pienso, en qué sueño, si me agradaría jugar con otras señoritas o si me agradaría entrar en un convento para hacerme religiosa... Y tú, ¿qué le respondiste? No recuerdo, balbucí. Su mirada fija y profunda me quitaba toda conciencia de mí misma. Debieron sorprenderle mucho tus respuestas, ¿no es cierto?
Llevaba toquilla de color corinto, que se quitaba al sentarse, y al punto se le armaba en la mesa una tertulia de hombres, compuesta de los siguientes personajes: un portero del Colegio de Sordo-Mudos, un empleado del Tribunal de Cuentas, un teniente viejo, de la clase de tropa, retirado del servicio, y dos individuos que tenían puesto de carne y frutas en la plaza de San Ildefonso.
Yo me quitaba de cuentos, y al que no bajara la cabeza, le mandaría prender, y después... Si esos señores no quieren más que gobierno absoluto... En cambio otros, los menos por cierto, se expresaban así: ¡Magnífico ejemplo de dignidad ha dado el obispo a sus compañeros! Humillar el poder real ante cuatro charlatanes... Veremos quién puede más decían unos.
En el ángulo S-E. del alcázar había otra torre, llamada de la Vela, tambien célebre por la misma leyenda . Ambas sin embargo han sido demolidas sin escrúpulo despues que la reina D.ª Isabel la Católica, estando en Córdoba ocupada en proveer lo necesario para la guerra de Granada, dió el mal ejemplo de hacer desbaratar el galano artificio de la Albolafia porque su ruido le quitaba el sueño.
Doña Blanca hacía mucho tiempo estaba sujeta á frecuentes paroxismos histéricos. Había momentos en que le parecía que se ahogaba: un obstáculo se le atravesaba en la garganta y le quitaba la respiración. Entonces le daban convulsiones que terminaban en sollozos y lágrimas. Después solía calmarse y quedar por algunos días tranquila, aunque pálida y débil.
Este los tenía por auténticos, por coetáneos del hijo del rey caballero; ¡los había comprado él mismo en París!... Pues Bedoya, al que le aducía este argumento en casa de Vegallana, le llamaba aparte, y sin que nadie los viera, subía con él al segundo piso; se encerraba en el salón de antigüedades, y con el mismo sigilo de ladrón con que sacaba libros del Casino, se dirigía a una silla Enrique II, le daba media vuelta, buscaba cierta parte escondida de un pie del mueble; allí había hecho él varios agujeros con un cortaplumas y los había tapado con cera del color de la silla; quitaba la cera con el cortaplumas, raspaba la madera y... ¡oh triunfo! esta no se deshacía en polvo; saltaba en astillas muy pequeñas, pero no en polvo.
Ayer, sí... ¡Cuando yo te lo aseguro! Don Alejandro concluyó por encogerse de hombros. En fin... ¡si tú lo aseguras!... Y no se atrevió a decir más. En la mesa tampoco fue Nieves, en opinión de su padre, la de todos los días. Comió muy poco y se distraía a cada paso. Don Alejandro no la quitaba ojo.
Los disparates que yo decía los recuerdo como se recuerdan los de las novelas que uno ha leído de niño; y ahora me río de ellos, y calculo cuánto se reirían los demás. ¿Te acuerdas tú?». Fortunata respondió que sí con la cabeza. No le quitaba los ojos, siguiendo atentamente sus movimientos por ver si se descomponía, y estar preparada a cualquier agresión.
Palabra del Dia
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