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Actualizado: 28 de septiembre de 2025
Quería meterle a don Álvaro por los ojos, y después de la conversación de la tarde anterior con Mesía, no pensaba en otra cosa. Por la mañana había ido a casa de Quintanar, quien se paseaba por su despacho en mangas de camisa, con los tirantes bordados colgando: representaban, en colores vivos de seda fina, todos los accidentes de la caza de un ciervo fabuloso de cornamenta inverosímil.
El invierno parecía una desnudez. Y a pesar de todo, ¡qué hermosa era la naturaleza! ¡qué tranquilamente reposaba!... ¡Los hombres, los hombres eran los que habían engendrado los odios, las traiciones, las leyes convencionales que atan a la desgracia el corazón!». La filosofía de Frígilis, aquel pensador agrónomo que despreciaba la sociedad con sus falsos principios, con sus preocupaciones, exageraciones y violencias, se le presentó a Quintanar, a quien el cuerpo repleto le pedía siesta, como la filosofía verdadera, la sabiduría única, eterna. «Vetusta quedaba allá, detrás de montes y montes, ¿qué era comparada con el ancho mundo?
En cuanto a Chateaubriand, no había que hacer caso de él. Todo eso de hacerse monja sin vocación, estaba bien para el teatro; pero en el mundo no había Manriques ni Tenorios, que escalasen conventos, a Dios gracias. La verdadera piedad consistía en hacer feliz a tan cumplido y enamorado caballero como el señor Quintanar, su paisano y amigo». Ana renunció poco a poco a la idea de ser monja.
Cuando las congojas la anegaban en mares de tristeza, que parecían sin orillas, cuando se sentía como aislada del mundo, abandonada sin remedio, ya no llamaba a Quintanar, aunque era el único ser vivo de quien entonces se acordaba; prefería dejarle tranquilo allá fuera, porque si venía le hacía daño con aquel desdén gárrulo y absurdo de los padecimientos nerviosos.
Diga lo que quiera mi esposo, si Crespo no viene a prepararme la caña y a convencer a las truchas de que se dejen pescar no haremos nada. Adiós otra vez. La esclava de su régimen, q. b. s. m., Anita Ozores de Quintanar». Después de firmar y cerrar esta carta, Ana se puso a continuar otra que había empezado a escribir por la mañana. Ahora la pluma corría menos, se detenía en los perfiles.
Pero además hacía algunas semanas que se hablaba mucho de la Regenta, se comentaba su cambio de confesor, que por cierto coincidía con el afán del señor Quintanar, de llevar a su mujer a todas partes. Se discutía si el Magistral haría de su partido a la de Ozores, si llegaría a dominar a don Víctor por medio de su esposa, como había hecho en casa de Carraspique.
«Pero qué le diría, o le podría decir Quintanar al Magistral, que él no comprendiera.... Sí, sí, mirando las cosas como las mira el mundo, aquello pedía sangre, es más, no ya sólo por satisfacer el deseo de vengarse, hasta para poder vivir entre las gentes con lo que llama el mundo decoro, era necesario, según las leyes sociales, según lo que las costumbres y las ideas corrientes exigían, que don Víctor buscase a Mesía, le desafiase, le matase si posible le era, o si le cogía in fraganti en el delito, o cerca de él, que le sacrificase sin miramientos, con justicia pronta.
En el lugar de Ripamilán vio a don Víctor de Quintanar, y en el de la Regenta a Ripamilán; sí, los vio perfectamente. ¡No venía la Regenta en el coche abierto! ¡Venía con los otros! ¡Y al marido le habían echado a la carretela con el canónigo, la Marquesa y doña Petronila!... Luego don Álvaro y ella venían juntos... ¡y acaso venían todos borrachos, por lo menos alegres!
Por fin vemos a doña Ana Ozores, que da nombre a la novela, como esposa del ex-regente de la Audiencia D. Víctor Quintanar. Es dama de alto linaje, hermosa, de estas que llamamos distinguidas, nerviosilla, soñadora, con aspiraciones a un vago ideal afectivo, que no ha realizado en los años críticos.
Gran satisfacción fue para don Víctor Quintanar, que volvía del Casino, encontrar a su mujer conversando alegremente con el simpático y caballeroso don Álvaro, a quien él iba cobrando una afición que, según frase suya, «no solía prodigar». Estoy por decir aseguraba que después de Frígilis, Ripamilán y Vegallana, ya es don Álvaro el vecino a quien más aprecio.
Palabra del Dia
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