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Actualizado: 28 de septiembre de 2025
Visitación lo aprobó en todas sus partes y juntos se fueron al tocador de Ana, que deprisa y como ocultándose, cerraba en aquel instante la carta que poco después don Fermín leía delante de su madre. Casi a viva fuerza habían hecho Visitación y Quintanar que Ana se vistiera, «como Dios manda», y saliese con ellos.
Cuanto más triste la lengüeta de la trompa, más esperanza, más alegría dentro de mí. Todo esto es salud, nada más que salud. He traído al Vivero algunos libros de mi padre. Hacía muchos años que no los había abierto. Quintanar los tenía en los cajones más altos de sus estantes. ¡Qué impresiones!
Pudo Anita dormir en adelante la mañana, sin que nadie interrumpiera esta delicia; y pudo Quintanar levantarse con la aurora y recrear el oído con los cercanos conciertos matutinos de codornices, tordos, perdices, tórtolas y canarios. Si algo faltaba antes para la completa armonía de aquella pareja, ya estaba colmada su felicidad doméstica, por lo que toca a la concordia.
Aquel programa famoso de distracciones y placeres formado entre Quintanar y Visitación, había empezado a caer en desuso a los pocos días, y apenas se cumplía ya ninguna de sus partes.
Llegó a quejarse don Tomás de que sus ladridos no siempre despertaban al amo ni a la doncella, de que se le hacía esperar mucho tiempo, y para evitar reyertas y plantones, se acordó que Crespo y Quintanar acudiesen al parque a la misma hora sin necesidad de ladrar a nadie.
Pero don Víctor trataba principalmente de que le eligiesen segundo vicepresidente y reclamaba para Frígilis la primera secretaría. «Frígilis había jurado renunciarla, pero no importaba; de todas suertes la elección era una honra para ellos, aunque lo negase el sarraceno de Tomás». Quintanar contaba con el gobernador. Salió.
De un sueño dulce y profundo, poco frecuente en él, despertó Quintanar aquella mañana con más susto que solía, aturdido por el estridente repique de aquel estertor metálico, rápido y descompasado. Venció con gran trabajo la pereza, bostezó muchas veces, y al decidirse a saltar del lecho no lo hizo sin que el cuerpo encogido protestara del madrugón importuno.
Frígilis había dicho a la Regenta que Quintanar estaba herido allá en las marismas de Palomares, que se le había disparado la escopeta y.... Pero Ana, espantada, adivinando la verdad, había exigido que se la llevase a las marismas de Palomares inmediatamente.... «No podía ser, no había tren hasta el día siguiente...».
Vivos deseos sintió Quintanar por un momento de echar raíces y ramas, y llenarse de musgo como un roble secular de aquellos que veía coronando las cimas del monte Areo. «Vegetar era mucho mejor que vivir».
Frígilis había formado a su querido Víctor, al cabo de tantos años de trato íntimo a su imagen y semejanza, en cuanto era posible. Salía Quintanar de la servidumbre ignorada de su domicilio para entrar en el poder dictatorial, aunque ilustrado, de Tomás Crespo, aquel pedazo de su corazón, a quien no sabía si quería tanto como a su Anita del alma.
Palabra del Dia
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