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Actualizado: 28 de septiembre de 2025


Entonces fue cuando el Provisor vio con su catalejo, desde el campanario de la catedral, los preparativos de una expedición al campo en la que acompañaban a la Regenta Mesía, Frígilis y Quintanar.

Después habían aparecido en el parque dos hombres, Mesía y Quintanar. Don Álvaro había estrechado la mano de la Regenta que no la había retirado tan pronto como debiera; «¡aunque no fuese más que por estar viéndolos él!». Don Víctor había desaparecido y el seductor de oficio y la dama se habían ocultado poco a poco entre los árboles, en un recodo de un sendero.

Ana sonrió y le explicó el instrumento griego a su buen esposo. Chica, eres una erudita. Otra nubecilla pasó por la frente de Ana. El reloj de la catedral, a media legua del Vivero, dio las diez, pausadas, vibrantes, llenando el aire de melancolía. Pues es verdad que se oye dijo Quintanar. Y después de un silencio, comentario de la hora, añadió: ¿Vamos a cenar? ¡A cenar! gritó Ana.

Don Custodio el beneficiado era su lugarteniente. Este le había dado aquella tarde la noticia de que la Regenta estaba en la capilla del Magistral esperándole para confesar. Novedad estupenda. A su mujer se la siguió llamando la Regenta. El sucesor de Quintanar era soltero y no hubo conflicto; pasó un año, vino otro regente con señora y aquí fue ella.

Admitió el trato de Quintanar, pero a beneficio de inventario y con las demás condiciones que había impuesto a don Cayetano; no sabrían nada las tías. Don Víctor aceptó aquella manera de ser pretendiente. Mire usted decía Frígilis el secretillo es la salsa de estos negocios; la chica picará más pronto... ya verá usted como pica.... Ana pasaba el tiempo sin sentir al lado de Quintanar.

Aquellas campanadas fijaron en la cabeza aturdida de Quintanar la triste realidad.... «Le habían adelantado el reloj. ¿Quién? Petra, sin duda Petra. Había sido una venganza. ¡Oh! una venganza bien cumplida. Ahora le parecía absurdo haber tomado la poca luz del alba por día nublado.

Quintanar se levantó, apuntó, disparó y cuatro tordos de agua cayeron heridos por los perdigones que, según pensó en aquel instante don Víctor, debía tener en los sesos el amigo traidor, el infame don Álvaro.

Ana envidiaba en tales horas aquella existencia de árbol inteligente, y se apoyaba y casi recostaba en Frígilis como en una encina venerable. Y detrás venía el otro, ella lo sentía. A veces hablaba con Ana don Álvaro y Ana contestaba con voz afable, como en pago de su prudencia, de su paciencia y de su martirio.... «Porque, sin duda, sufrir tanto tiempo a Quintanar era un martirio».

Ana salió tras él, ensimismada, sin acordarse de que había en el mundo maridos, ni días, ni noches, ni horas, ni sitios inconvenientes para hablar a solas con un hombre joven, guapo, robusto, aunque sea clérigo. El Magistral, como equivocando el camino, se dirigió hacia la puerta del patio, aunque parecía lo natural subir por la escalera de la galería y pasar por las habitaciones de Quintanar.

Y lo pensaba como lo decía. Todas las noches antes de dormir se daba un atracón de honra a la antigua, como él decía; honra habladora, así con la espada como con la discreta lengua. Quintanar manejaba el florete, la espada española, la daga. Esta afición le había venido de su pasión por el teatro. Cuando trabajaba como aficionado, había comprendido en los numerosos duelos que tuvo en escena la necesidad de la esgrima, y con tal calor lo tomó, y tal disposición natural tenía, que llegó a ser poco menos que un maestro. Por supuesto, no entraba en sus planes matar a nadie; era un espadachín lírico. Pero su mayor habilidad estaba en el manejo de la pistola; encendía un fósforo con una bala a veinticinco pasos, mataba un mosquito a treinta y se lucía con otros ejercicios por el estilo. Pero no era jactancioso. Estimaba en poco su destreza; casi nadie sabía de ella. Lo principal era tener aquella sublime idea del honor, tan propia para redondillas y hasta sonetos.

Palabra del Dia

passaro

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