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Actualizado: 18 de mayo de 2025
¡Cómo! ¿Por qué? Porque debo ochocientos cincuenta francos. Vi el conflicto pintado en el semblante de aquel hombre; aquel hombre no me engañaba; era un amigo mio; sobre todo, era un hombre honrado, la vergüenza quemaba sus mejillas, y no me fué dado vacilar. No quise, ni pude. Un hombre que tiene corazon, no vacila nunca en tales momentos. Mi mujer no se habia levantado aún.
Andaban siempre absortas en la supuesta contemplación, mortecinas y descoloridas, y sentían un ardor terrible que las quemaba, unos saltos y ahíncos en el corazón que las atormentaba, y una rabia y molimiento en todos sus huesos y miembros que las tenía desatinadas y descoyuntadas..... El padre Alvarez les certificaba que aquello era efecto y gracia del Espíritu Santo; y llevando al último extremo la profanación y el sacrilegio, comulgaba diariamente á sus beatas con varias hostias y partículas, diciéndoles que mientras más Formas, más gracia, y que no duraba la gracia en el alma más de cuanto duraban las especies sacramentales.»
Cuídese usted, don Ramón, decían los curas amigos, únicos que osaban aludir a los desórdenes de su vida. Va usted haciéndose viejo y a su edad, vivir como un joven, es llamar a la muerte. Sonreía el cacique, orgulloso en el fondo de que los hombres conocieran sus hazañas, y volvía a sumirse en su rabiosa hidropesía, sintiendo que cada trago de placer le quemaba con nuevos deseos.
Había oído decir a un magistrado, no hacía mucho tiempo, que el barro de Madrid quemaba y destruía la ropa como un corrosivo, lo cual tenía su explicación en la piedra del pavimento, por regla general caliza. «¡Buenos me voy a poner los pantalones!» iba diciendo para mis adentros, con acento doloroso. La muchedumbre ascendía con lento paso.
A pesar de que Ozores pedía a grito pelado la emancipación de la mujer y aplaudía cada vez que en París una dama le quemaba la cara con vitriolo a su amante, en el fondo de su conciencia tenía a la hembra por un ser inferior, como un buen animal doméstico. No se paraba a pensar lo que podía necesitar Anita.
No podía mirarse a parte alguna sin sentir irritación en los ojos; la tierra quemaba; el viento ardía, como si todo Madrid estuviese en llamas; el polvo parecía incendiarse; paralizábanse lengua y garganta, y las moscas, locas de calor, revoloteaban por los labios del carretero o se pegaban al jadeante hocico de los animales en busca de frescura.
Yo vi los marinos próximos ya, muy próximos a nuestros cañones; sentí gritos de júbilo y de victoria pronunciados en española lengua, y, aunque todo esto me conmovía mucho, la carta no concluida me quemaba la mano. Decid que yo era un estúpido egoísta; pero, señores, ¿y la carta, y aquel casamiento imprescindible, y aquella superchería misteriosa?... ¿Se ganaba la batalla?
Vio cómo una revolución echaba abajo los conventos de la Magdalena y la Merced; cómo un motín quemaba el Mercado Nuevo, que era de madera, y cómo las tiendas, agrandando cada vez más sus puertas, saneando sus interiores, atraían al público con grandes escaparates, y en materia de alumbrado pasaban del aceite al petróleo y de éste al gas.
Dormía yo con ella, y recuerdo que ardía en calentura, que su cuerpo quemaba como una brasa. Despertaba yo a media noche, y decía yo: ¡Mamá! ¡Mamá! Y no contestaba, permanecía como muerta. Una vez, viendo que no me respondía, me eché a llorar.... Entonces mi mamá volvió en sí, y me arropó diciendo cosas que yo no entendí, cosas muy raras. Papá me ha contado que mi madre tenía tifo.
El juez, que era de los dos el que mejor jugaba las carambolas de retroceso, después de haberme obligado a confesar una porción de crímenes a cual más horroroso, hizo un gesto muy expresivo a su compañero, llevándose la mano al cuello y sacando al mismo tiempo la lengua. Yo tomé el gesto por donde más quemaba, y barrunté muy mal del asunto.
Palabra del Dia
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