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Actualizado: 18 de junio de 2025
Quiso orar: no tenía pensamiento; no era ya más que una pavesa, una masa de ceniza. El viento le desmoronaba: se sentía difundirse en el espacio ardiente, se quemaba ya quemado.
En tanto, el joven observaba que tenía demudado el semblante, cerrados los ojos, flojos y caídos los brazos; hizo un esfuerzo heroico, la cogió en sus brazos y la subió. La cabeza de la enferma descansó sobre sus hombros, y Lázaro notó que el contacto de su frente le quemaba el cuello. Tiene mucha fiebre dijo depositándola en el pasillo, porque Paz no le permitió que llegara á la alcoba.
El gótico primitivo y rudo lo veía Gabriel en las primeras portadas; el florido en la del Perdón y la de los Leones; la arquitectura árabe extiende sus graciosos arcos de herradura en el triforium que corre por todo el ábside tras el altar mayor, siendo obra de Cisneros, que quemaba los libros de los musulmanes y restablecía su estilo arquitectónico en pleno templo cristiano.
Entonces el beso de esas mujeres materiales me quemaba como un hierro candente, y las apartaba de mí con disgusto, con horror, hasta con asco; porque entonces, como ahora, necesitaba un soplo de brisa del mar para mi frente calurosa, beber hielo y besar nieve... nieve teñida de suave luz, nieve coloreada por un dorado rayo de sol... una mujer blanca, hermosa y fría, como esa mujer de piedra que parece incitarme con su fantástica hermosura, que parece que oscila al compás de la llama, y me provoca entreabriendo sus labios y ofreciéndome un tesoro de amor... ¡Oh!... sí... un beso... sólo un beso tuyo podrá calmar el ardor que me consume.
4 Con todo eso los altos no se quitaron; que el pueblo sacrificaba aún y quemaba incienso en los altos. 5 Mas el SE
Bueno, ahora dejadme calentar un poco, que estoy aterida dijo sentándose al lado de la chimenea, tan cerca que, por milagro, no ardía. Se tostó por delante y por detrás, en tal forma, que, cuando Rafael fué a coger la silla, quemaba. ¡Qué atrocidad! Mirad, chicos, cómo ha dejado Amparo la silla. Todos pusieron las manos sobre ella y se admiraron. ¡Cómo tendrá esa mujer el cuerpo!
El conde seguía sonriendo como antes. Quemaba ya la hierba por todas partes y chisporroteaba arrojando pavesas inflamadas que se apagaban instantáneamente y caían convertidas en ceniza. El día estaba concluyendo. La mancha negra de la esquina se había extendido cual si fuese aceite por toda la pomarada.
«No puede ser que Milagros haya dicho eso de mí pensaba, camino de Palacio, atormentada por aquella inscripción horrible que le quemaba la frente . Es mentira de esa bribona... ¡Qué día! Cuando llegue a casa lo primero que he de ver es si me he llenado de canas. La cosa no ha sido para menos». Y lo primero que hizo fue mirarse al espejo.
Aquel pobre perro que se quemaba vivo, que se mordia á sí propio, que tenia la rabia del frenesí, al notar que su amo le amenazaba con el palo, pegaba el vientre al suelo y lamia el extremo del baston.
Montiño se encontraba en el mismo estado que un reptil encerrado en un círculo de fuego. Por cualquier lado que pretendía salir de su apuro, se quemaba. Decidióse al fin por el poder más terrible de los que le tenían cogido: por la Inquisición.
Palabra del Dia
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