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Actualizado: 18 de junio de 2025
¿De que sirve que cubran tus campos tantas flores, que en tus selvas se oiga al pájaro trinar, si el aire que trasporta sus cantos, sus olores, en alas también lleva quejidos y clamores que el alma sobrecogen y al hombre hacen pensar?
Ocupaba la imprenta destinada a romances y aleluyas la peor y más lóbrega parte. Todo allí era viejo, primitivo y mohoso. La máquina, sonando como una desgranadora de maíz, tenía quejidos de herido y convulsiones de epiléptico.
Se sintió aliviada... libre de aquel espantoso hervor de su cerebro. Su mamá le limpiaba el sudor de su frente, llamándola con palabras cariñosas. Había sentido Rosalía sus quejidos, síntoma indudable de la pesadilla, y saltó de la cama para correr en su socorro. Eran las doce. Hízole después una taza de té, y ayudada de Prudencia le mudó las sábanas.
Y casi al tiempo mismo advirtió otra cosa, que le cuajó la sangre de horror: en las muñecas de la señora de Moscoso se percibía una señal circular, amoratada, oscura.... Con lucidez repentina, el capellán retrocedió dos años, escuchó de nuevo los quejidos de una mujer maltratada a culatazos, recordó la cocina, el hombre furioso.... Completamente fuera de sí, dejó caer las sacras y tomó las manos de Nucha para convencerse de que, en efecto, existía la siniestra señal....
Rechinaban los canceles; había en el aire un cuchicheo tenue. En el coro daban señales de vida violines y flautas con quejidos y suspiros ahogados; se oía el ruido de las hojas del papel de música. Gruñó un violín. Cayeron dos golpes sobre una hojalata.... Silencio otra vez.... Comenzó el Stabat Mater.
¡He ahí por fin los bosques vírgenes de la América, cuyo perfume viene desde la época de la conquista embalsamando las estrofas de los poetas y exaltando la soñadora fantasía de los hijos del Norte! ¡Helos ahí en todo su esplendor! En su seno, los zainos, los tapiros, los papuares, hacen oír de tiempo en tiempo sus gritos de guerra o sus quejidos de amor.
Para la noche no se podía contar con él; la atmósfera pesada del cuarto lo adormecía en seguida, y los quejidos de su padre eran impotentes para despertarlo. Generalmente era Juan quien velaba al señor Aubry. Este, por lo demás, lo llamaba sin cesar, para hablarle de los asuntos de la cristalería.
En esta forma, con el rostro encendido y los ojos llameando de cólera, dio la vuelta hacia el pueblo sin despedirse de su compañero, llevando medio en suspensión al chico, que lanzaba quejidos lastimeros. El P. Gil le contempló estupefacto hasta que le perdió de vista. Permaneció todavía unos momentos inmóvil, abstraído.
Aquellos quejidos se hacían cada vez más lastimeros, y en el silencio de los montes cercanos, unos en sombra y otros iluminados por la Luna, en medio de la absoluta quietud de los arbustos que se doblaban por el peso de la nieve, los ecos lejanos respondían al lúgubre concierto con voz tan misteriosa, que el pobre pastor se hallaba poseído de un horror de que guardaría memoria durante toda su vida.
Un silencio temeroso le salió al paso, y ya iba a retroceder asustada, cuando oyó unos quejidos lastimeros detrás de una puertecilla. Eran ayes y juramentos de una voz estridente y amarga. Empujó Rita la puerta con recelo, cautelosamente, y vió en un cuarto hondo y destartalado una cama estremecida por un cuerpo tremuloso.
Palabra del Dia
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