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Actualizado: 18 de junio de 2025


Dicho esto, no dexó de comer. El sol iba á ponerse, quando á deshora oyen los dos asendereados caminantes unos blandos quejidos como de mugeres; pero no sabian si eran de gusto ó de sentimiento: levantáronse empero á toda priesa con el susto y la inquietud que qualquiera cosa infunde en un pais no conocido.

Por eso sentí en el alma que se acabara aquel originalísimo «discreteo». Y se acabó por acudir Mari Pepa a mi tío que tosía y se quejaba, mientras Lituca, a la vez que escuchaba los quejidos y las toses, me mandaba callar poniendo un dedín muy mono sobre la boca, y llegaba Facia a recoger los mendrugos y levantar los manteles de la mesa.

Jacinta no sabía a quién compadecer más, si a Nicanora por ser como era, o a su marido por creerla Venus cuando se electrizaba. Ido estaba muy cohibido delante de las dos damas. Como la silla en que doña Guillermina se sentó empezase a exhalar ciertos quejidos y a hacer desperezos, anunciando quizás que se iba a deshacer, D. José salió corriendo a traer una de la vecindad.

Al fin, una tarde oyó que los quejidos eran más tristes 65 que de ordinario y se decidió a ver lo que era. Entró en el jardín y junto a la planta de la flor de lis halló un oso tendido moribundo, con una mirada tan triste que a ella le dió compasión. ¿Qué tienes? le dijo. ¿Estás malo? 70 El oso le dijo que . ¿Cómo puedo yo curarte?

Al fin tanto porfió la hija que el padre se lo contó todo. Entonces la hija le dijo que la llevase a aquel jardín. El 60 padre no quería, pero al fin la llevó al jardín y la dejó en la casa como había prometido al oso. Allí tenía todo lo que deseaba, pero sin ver a nadie en la casa; sólo de noche, solía oír unos quejidos en el jardín, pero no se atrevió a llegarse a ver lo que era.

Ella, entonces, daría pruebas de ser tan ángel como otra cualquiera, y tendría alma, paciencia, valor y estómago para todo. «Y entonces vería esa si aquí hay perfecciones o no hay perfecciones, y que cada una es cada una... Lo malo sería que no lo viese, porque acá no ha de venir...». Maximiliano la distrajo de esta meditación, dando quejidos profundos.

Quedaba aún otro muchacho, Julio, de veinte años, también enclenque, de cara macilenta y desapacible expresión; huraño y triste, andaba siempre solo por los rincones de la casa o de la huerta, en misteriosos soliloquios que a veces tomaban la forma de quejidos lamentables.... Había comprendido Carmen cuál era su destino y creía que siguiéndole cumplía la voluntad de su protector.

Piedras de bastante peso, arrojadas por los transeuntes ó arrastradas por las lluvias violentas, se veían flotando sobre el follaje polvoriento y mortecino; en el fondo se entrelazaban algunas ramas gruesas, y por entre sus hojas veía la negrura temida de un abismo. Un sordo murmullo salía de allí constantemente como quejidos de algún animal encerrado.

Ofrece, por último, respiracion difícil con necesidad continua de inspirar, opresion violenta, sensacion como si la respiracion se suspendiese; dificultad de respirar acompañada de lagrimeo, de vómitos espumosos, quejidos, palpitaciones de corazon, postracion y temblores; la boca y la nariz se llenan de saliva: estos síntomas completan el cuadro de las afecciones crupales.

Cuarenta años pasados a la intemperie, en la cubierta de su buque, sufriendo la lluvia y los rociones del oleaje, le habían infiltrado la humedad hasta los mismos huesos, y, esclavo del reuma, permanecía los más de los días inmóvil en su sillón, prorrumpiendo en quejidos y juramentos cada vez que se ponía en pie.

Palabra del Dia

rigoleto

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