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Actualizado: 17 de junio de 2025
Antoñita se interrumpió como si tuviese que hacer un gran esfuerzo para acabar la frase, y por fin, dijo: ...estoy decidida a ser su esposa. Está bien, Antoñita dijo el señor de Avrigny, y puesto que ésta es tu resolución... Sí, padre mío, ésa es mi resolución inquebrantable contestó la joven pugnando en vano por contener los sollozos que la ahogaban.
Auvray cumplió el encargo, y salió devanándose los sesos por atinar con la causa de aquella misantropía que de un modo tan brusco había hecho presa en el alma de su amigo. Este, perplejo y malhumorado, evocaba entretanto sus recuerdos, pugnando por explicarse la razón del extremado rigor que el señor de Avrigny había usado con él.
Llegaron a la gran capital de la república francesa en una mañana nebulosa y turbia, y los asaltaron en la estación innumerables comisionados de las fondas, señalando cada cual al respectivo ómnibus, y pugnando por llevarse consigo a la gente.
Y giró sobre los talones y se metió pugnando por no reír en el portal de la casa de su madrastra. Una vez dentro de él, quedose repentinamente serio al pensar que antes de tres minutos iba a encontrarse frente a ésta. Era un momento solemne. Subió lentamente la escalera, creciendo su emoción a cada peldaño que iba salvando.
Seguían pasando en dirección opuesta los trenes militares. En la estación de Burdeos, la muchedumbre civil, pugnando por salir ó por asaltar nuevos vagones, se confundía con las tropas. Sonaban incesantemente las trompetas para reunir á los soldados. Muchos eran hombres de color, tiradores indígenas con amplios calzones grises y un gorro rojo sobre el rostro negro ó bronceado.
¿A qué? dijo el caballero fingiendo sorpresa. No lo sé replicó la joven pugnando por no llorar. Guardaron silencio unos instantes. Uceda la dijo al fin con sonrisa benévola tomándole una mano: Escucha, Soledad. ¿Ves ese hermoso sol que va á desaparecer? Tú sabes que mañana volverá á lucir en el cielo tan hermoso como hoy. Así sabía yo que tu amor volvería.
En el rumor, que al quebrarse en sus costados hacían las olas, Morsamor creía oír por momentos sollozos, maldiciones y gritos de venganza, y tal vez se figuraba que surgían de la mar las cabezas de los compañeros muertos, que venían nadando y pugnando por detener la nave o por hacerla virar hacia el Oeste. Creció la obscuridad. La noche se venía encima.
Andrés la siguió, y se sentó silenciosamente a su lado. Los dos se miraron un rato, pugnando para no reír. Las manos quietas, ¿eh? preguntó ella. Andrés contestó afirmativamente con la cabeza. ¡Vaya, vaya con D. Andrés! ¡Tan bueno y encogido como parecía! ¡Pues no va sacando poco los pies de las alforjas! Querrás decir las manos. Eso es, las manos... ¡cierto! repuso soltando a reír.
Oyendo lo cual, la Dolorida dueña hizo señal de querer arrojarse a los pies de don Quijote, y aun se arrojó, y, pugnando por abrazárselos, decía: -Ante estos pies y piernas me arrojo, ¡oh caballero invicto!, por ser los que son basas y colunas de la andante caballería; estos pies quiero besar, de cuyos pasos pende y cuelga todo el remedio de mi desgracia, ¡oh valeroso andante, cuyas verdaderas fazañas dejan atrás y escurecen las fabulosas de los Amadises, Esplandianes y Belianises!
La falúa ya estaba cerca de ellos, y pudo coger la beta que le echaban, y en seguida el carel de la lancha, viéndose suspendido por una porción de brazos que los metieron dentro. Don Mariano, en los cortos momentos que esto duró, forcejeaba con don Máximo y otras personas, pugnando por arrojarse al agua. Cuando vio a su hija en la embarcación faltó poco para que la ahogase contra su pecho.
Palabra del Dia
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