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Actualizado: 26 de junio de 2025
¡Qué hombre tan singular! murmuró Adolfo Moreno. ¡A su edad tener las pasiones tan despiertas! Indudablemente es un caso de anomalía orgánica: el exceso de nutrición se ha prolongado mucho más que en el tipo común. Miguel Rivera le echó una mirada de reojo donde se leían mil cosas irónicas y, poniéndole una mano sobre el hombro, le dijo: ¡Bien, técnico, bien!
El infeliz deudor hacía de tripas corazón, y poniéndole cara risueña, convidábale a tomar algo; mas el usurero le daba las gracias, y si tenía ocasión le soltaba indirectas tan suaves como esta: «Mire usted que no puedo más. Siempre me está usted diciendo que la semana que entra, y francamente... sentiré verme obligado a dar un paso que...».
«Digo, así -dijo Sancho-, que, estando, como he dicho, los dos para sentarse a la mesa, el labrador porfiaba con el hidalgo que tomase la cabecera de la mesa, y el hidalgo porfiaba también que el labrador la tomase, porque en su casa se había de hacer lo que él mandase; pero el labrador, que presumía de cortés y bien criado, jamás quiso, hasta que el hidalgo, mohíno, poniéndole ambas manos sobre los hombros, le hizo sentar por fuerza, diciéndole: ''Sentaos, majagranzas, que adondequiera que yo me siente será vuestra cabecera''.» Y éste es el cuento, y en verdad que creo que no ha sido aquí traído fuera de propósito.
Este tono de protección, tan impropio del estado de ambos, chocó extraordinariamente a Salvador; pero su asombro y alarma subieron de punto cuando Navarro, después de tener un rato las palmas de las manos sobre la lumbre, fue hacia su hermano, y poniéndole sobre el rostro una de aquellas manos que quemaban como plancha de hierro, le dijo pausadamente: Deja que acabe esta gran campaña, y luego veremos.
Dos familiares del Santo Oficio y cuatro soldados custodiaban a cada uno de los reos, mientras un fraile dominicano le predicaba continuamente poniéndole ante los ojos el santo signo de la cruz. Todos llevaban, a más del sambenito, el bonete trágico y burlesco, la amarilla coroza, cubierta de terribles pinturas de llamas y demonios.
Jacobo le miraba de frente, pero Sorege no pestañeó. ¿Estás loco? ¿Quién? ¿Esa americana? ¡Lea Peralli! Bien sabes que está muerta. Te engaña una semejanza que á mi también me sorprendió. ¡Oh! Sé que existe un parecido increíble!... Tragomer le interrumpió poniéndole la mano en el brazo, y le dijo con tristeza viéndole perdido: No mienta usted, Sorege.
La primera: que hombres de espíritu tan levantado y de pensamientos tan grandes desean siempre novedades y las buscan y causan, porque solo con el medio de nuevos movimientos suelen conseguir los intentos, abriendo camino con las armas de su industria y trazas en que los hemos visto tan bien ejercitados, porque á un príncipe que desee y ame la paz y conservacion de su estado, no solamente estos padres no le pueden ser de provecho para este fin, antes de daño, causando alborotos, y poniéndole en compromiso su estado, si teniéndolos en él no los favorece, ó si favoreciéndoles se gobierna por sus consejos.
Entonces Guillermina, poniéndole una cruz entre las manos, le preguntaba si creía en Dios, si se encomendaba a Dios y a la Santísima Virgen, y a tales y cuales santos del Cielo, y contestaba ella que sí moviendo la cabeza... El Padre Nones estaba de rodillas, reza que te reza.
Si todo es humo, humo que hay dentro de esta cabeza». ¡Humo!... ¡ah!... Sí, todo humo dijo Fortunata, poniéndole cariñosamente la mano en el hombro . No pienses y no temerás nada. Es la imaginación, nada más que la imaginación... la loca de la casa, como decía tu hermano Nicolás.
Saliendo un día juntos de la iglesia, el P. Gil, que acababa de recibir un fuerte desaire de sus compañeros, se lo dijo, sin lamentarse, como si le diera cualquiera noticia. No hagas caso de ellos le replicó el viejo caudillo, poniéndole la mano rugosa y seca como un haz de sarmientos sobre el hombro. Son todos unos maricas.
Palabra del Dia
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