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Actualizado: 26 de junio de 2025
El moro se inclinó un momento, poniéndole la mano sobre el hombro. Cuando levantó la cabeza, sus ojos húmedos relucían en la penumbra. Entonces, desprendiendo de su cinto el precioso puñal, pidiole a Ramiro que lo aceptara como recuerdo suyo. Saltó luego la ventana. Un hombre le esperaba abajo en la dehesa con un caballo enjaezado. Ramiro le había visto montar y alejarse.
Porque eres su padre, sí, su padre. ¿A que no lo niegas? añadió acercando con mimo su rostro al de él y poniéndole los labios en el oído. Voy a traértela. Pero ¿va a venir el ama? preguntó él con terror. No, hombre, no replicó riendo. Vendrá ella solita. Verás qué bien camina ya. El conde abrió los ojos con una expresión estúpida que la hizo reír aún más.
La primera no replicó nada a esta observación y callaron un buen rato. Al cabo la segunda dijo poniéndole una mano sobre el hombro: ¿Sabes lo que estoy pensando, Asunción? ¿Qué? Que debías decírselo todo. Lola es buena niña, aunque tenga el genio vivo. ¿No te acuerdas cuando nos pegamos y nos arañamos porque le quité de ser la mamá?... Ya ves que le pasó en seguida...
Abrazándose entónces con su enemigo le derribó al suelo, y poniéndole la punta de la espada por entre la coraza y el espaldar: Dexaos desarmar, le dixo, si no quereis perder la vida.
Otra que carece de hojas, y abunda en todo el curso del Salado, y en las costas de las lagunas salobres hacen ceniza, y con esta una lejìa con que hacen un excelente encarnado, poniéndole un poco de agrio de limon. La conocen algunos tintoreros de Buenos Aires, y no falta quien diga podria suplir la orchilla. Si así fuese hay infinito en toda la pampa, desde los sitios nombrados hasta Patagones.
Y seguramente lo habría hecho, si la Hilaria y la Daniela no cogieran al pobre hijo de Algeciras, poniéndole en dos tirones fuera de la puerta.
Claro está que este hombre es D. Emilio Castelar, el Víctor Hugo de la cátedra y de la tribuna. En segundo lugar me consuela la consideración de que, si yo rebajo a Shakspeare, siempre le dejaré bastante alto para los españoles, poniéndole, como le pongo, ya que no a la altura de Cervantes, al nivel de Calderon, y casi hombreándose con Lope.
Tristán quedó unos momentos pensativo y luego poniéndole una mano sobre el hombro le preguntó: ¿Ha dicho usted una palabra de esto a alguien? La primera persona con quien hablo desde el suceso es usted. Pues bien, le invito, le exijo por el interés de toda la familia que guarde usted absoluto silencio sobre lo que ha visto... o cree haber visto. Lo guardaré, Tristanito, lo guardaré.
Pero este frío y esta repugnancia se disiparon cuando Romadonga, poniéndole cariñosamente una mano sobre el hombro, le dijo: A las órdenes de usted, amigo Costa. Lo que ahora le acometió fue una extraña sensación de terror, unos deseos atroces, de echar a correr. Levantose, sin embargo, automáticamente y, pálido y trémulo como si le condujesen al suplicio, siguió a D. Laureano.
No se oía nada; un zumbido colosal de colmena en momentos de mudanza, que le sacaba de quicio, poniéndole nervioso. ¡Pero que siendo tantas no haya una sola que calle! exclamó hecho un basilisco; y el señor Pulido, sin perder su pausa, con filosófica profundidad, replicó muy bajito: Las prefiero hablando, Pepe... Callar sería contra naturaleza.
Palabra del Dia
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