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Actualizado: 12 de mayo de 2025


Na, señora marquesa: una injustisia; una desgrasia de esas que caen sobre nosotros los probes. Yo era de los más listos de mi pueblo, y los trabajaores me tomaban siempre por pregonero cuando había que pedir algo a los ricos. leé y escribí; de muchacho fui sacristán, y me sacaron el mote de Plumitas porque andaba tras de las gallinas arrancándolas plumas del rabo pa mis escrituras.

El de Moraima, al hablar del Plumitas, fijábase algunas veces en Gallardo, el cual, con una vehemencia de neófito, indignábase contra las autoridades porque no sabían proteger la propiedad. El mejó día se te presenta en La Rinconá, chiquiyo decía el marqués con su grave sorna andaluza. ¡Mardita sea!... Pues no me hace gracia, zeñó marqué. ¡Hombre! ¿y pa eso paga uno tanta contribución?...

El Nacional le oyó subir la escalera con no menos velocidad, presentándose ante él tembloroso y pálido. ¡Es er Plumitas, señó Sebastián! Ice que es er Plumitas, y que nesesita hablá con el amo... Me lo dio er corasón denque le vi. ¡El Plumitas!... La voz del peón, a pesar de ser balbuciente y sofocada por la fatiga, pareció esparcirse por todas las habitaciones al pronunciar este nombre.

Yo dónde darle a un cristiano pa que caiga reondo, pa que dure algo entoavía, y pa que pase rabiando unas cuantas semanas acordándose der Plumitas, que no quié meterse con nadie, pero que sabe sacudirse a los que se meten con él. Doña Sol sintió otra vez la curiosidad de conocer el número de sus crímenes. ¿Y muertos?... ¿Cuántas personas ha matado usted?

Se frotó los ojos, siempre sanguinolentos e inflamados por el abuso de la bebida, y aproximándose al bandido, dejó caer una manaza sobre uno de sus hombros con estudiada familiaridad, como gozándose en hacerle estremecer bajo su garra y expresándole al mismo tiempo su bárbara simpatía. ¿Cómo estás, Plumitas? Le veía por primera vez.

Ya me brindará usté un toro si arguna vez nos vemos en la plaza añadió el Plumitas . Eso vale más que too el oro der mundo. Avanzó doña Sol hasta colocarse junto a una pierna del jinete, y quitándose una rosa de otoño que llevaba en el pecho, se la ofreció mudamente, mirándolo con sus ojos verdes y dorados.

Se fue el coche, y quedamos solos en medio der camino. «Oye, yo soy el Plumitas, y te voy a dar argo para que te acuerdes.» Y le di. Pero no lo maté en seguía. Le di en sierto sitio que me yo, pa que viviese aún veinticuatro horas y cuando lo recogiesen los siviles pudiera desir que era el Plumitas quien le había matao. Así no había equivocasión ni podían otros darse importansia.

Y como para devolverle el saludo, agarró con su mano callosa un brazo del picador, apretándole el bíceps con sonrisa de admiración. Quedaron los dos contemplándose con ojos afectuosos. El picador reía sonoramente. ¡Jo! ¡jo! Yo te creía más grande, Plumitas... Pero no le hase; así y too, eres un güen mozo. El bandido se dirigió al espada: ¿Pueo almorzar aquí? Gallardo tuvo un gesto de gran señor.

Debía ir al cuarto de doña Sol y rogarla que no bajase. El bandido se marcharía seguramente después del almuerzo. ¿Para qué dejarse ver de este triste personaje?... Desapareció el banderillero, y el Plumitas, viendo al maestro apartado de la conversación, se dirigió a él, preguntando con interés por las corridas que aún le quedaban en el año.

Ya que uno anda roto y hecho un Adán, pasando hambres, güeno es que la gente se lo figure de otro modo. Les compré el papel con lo que cantaban, y aquí lo yevo: la vía completa der Plumitas, con muchas mentiras, pero toda ella puesta en versos. Cosa güena. Cuando me tiendo en el monte, la leo pa aprendérmela de memoria. Debe haberla escrito algún señó que sabe mucho.

Palabra del Dia

commiserit

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