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Actualizado: 12 de junio de 2025


De lejos se ven las cosas en su verdadero valor. Lo que recuerdo es el día en que almorzó con nosotros en el cortijo. Gallardo hacía también memoria de este suceso. ¡Pobre Plumitas! ¡Con qué emoción se guardó una flor ofrecida por doña Sol!... Porque ella había dado una flor al bandido al despedirse de él... ¿No se acordaba?.... Los ojos de doña Sol mostraron un sincero asombro.

El temible Plumitas mostraba un orgullo infantil al hablar de sus glorias. Repelía ahora la modestia silenciosa con que había entrado en el cortijo, aquel deseo de que olvidasen su persona, para no ver en él mas que un pobre viandante empujado por el hambre. Se enardecía al pensar que su nombre era famoso y sus actos alcanzaban inmediatamente los honores de la publicidad.

Una denuncia representaba declaraciones y toda clase de molestias. ¿Para qué?... La Guardia civil perseguía inútilmente al bandido, y al enfadarse éste con los denunciantes, los bienes quedaban a merced de su venganza, sin protección alguna. El marqués hablaba del Plumitas y sus hazañas sin escándalo alguno, sonriendo, como si se tratase de una calamidad natural e inevitable.

Después miró a doña Sol, que permanecía inmóvil, siguiendo con los ojos al jinete, el cual se empequeñecía en lontananza. ¡Qué mujer! murmuró el espada con desaliento . ¡Qué señora tan loca!... Suerte que el Plumitas era feo y andaba haraposo y sucio como un vagabundo. Si no, se va con él. Paece mentira, Sebastián.

Por eso, aunque usté no me conosía, yo estaba allí, viéndole pasar, sin pedirle ni un pitiyo, pa que nadie le tocase ni una uña, pa cuidá de que algún sinvergüensa no se aprovechase saliéndole al camino y disiendo que él era el Plumitas, pues cosas más raras se han visto...

El había dado orden en sus cortijos y en todas las chozas de pastores de sus vastos territorios para que entregasen al Plumitas lo que pidiese; y según contaban mayorales y vaqueros, el bandido, con su antiguo respeto de hombre del campo por los amos buenos y generosos, hablaba los mayores elogios de él, ofreciéndose a matar si alguien ofendía al «zeñó marqué» en lo más mínimo. ¡Pobre mozo!

No es fácil cogerle, y er que se la hase se la paga. El picador intervino antes de que hablase su maestro. Plumitas, no seas bruto. Aquí estás entre camarás, mientras te portes bien y haiga desensia. Y súbitamente tranquilizado, el bandido habló de su jaca al picador, encareciendo sus méritos.

Los de La Rinconada asentían mudamente. Ya lo sabían ellos. Había que callar la visita, para evitarse molestias, como lo hacían en todos los cortijos y ranchos de pastores. Este silencio general era el auxiliar más poderoso del bandido. Además, todos estos hombres del campo eran admiradores del Plumitas. Su rudo entusiasmo lo contemplaba como un héroe vengador. Nada malo debían temer de él.

Venía doña Sol con su gabán de viaje, al aire la cabellera de oro, peinada y anudada a toda prisa. ¡El Plumitas en el cortijo! ¡Qué felicidad!

Hase tiempo que quería venir a La Rinconá. «¿Por qué no he de ver de serca al señó Juan Gallardo, yo que le apresio y le he tocao parmasPero le veía a usté siempre con muchos amigos, o estaban en el cortijo su señora y su mare con chiquillos. Yo lo que es eso: se habrían asustao a morir sólo con ver al Plumitas... Pero ahora es diferente.

Palabra del Dia

rigoleto

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