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Actualizado: 12 de mayo de 2025


Cuíala bien dijo el Plumitas . Mia que es lo mejor que tengo en er mundo, y la quiero más que a la mujer y a los chiquiyos. Un nuevo personaje se unió al grupo que formaban el espada y el bandido en medio de la gente absorta. Era Potaje, el picador, que salía despechugado, desperezándose con toda la brutal grandeza de su cuerpo atlético.

Pero ¿usté cree que yo pienso en la muerte? continuó el Plumitas . No me arrepiento de na y sigo mi camino. Yo también tengo mis gustos y mis orgullitos, lo mismo que usté cuando lee en los papeles que estuvo muy bien en tal toro y que le dieron la oreja.

De vez en cuando pasaba por esta cinta de terreno una vaca, un cerdo, una cabra, y la sombra de sus cuerpos, proyectada por el sol sobre el suelo amarillo, bastaba para que Plumitas se estremeciese, pronto a dejar la cuchara y empuñar el rifle.

Potaje, que estaba ya borracho, asentía con entusiasmo a todo lo dicho por el Plumitas. No entendía bien sus palabras, pero al través de la neblina opaca de su embriaguez creía distinguir un resplandor de suprema sabiduría. Esa es la verdá, camará. Palo a too er mundo. Sigue, que estás mu güeno.

¿Aónde va ese hombre? Y al decir esto se incorporó en el asiento, atrayendo con las rodillas hacia su pecho el ladeado rifle. Iba a un gran campo vecino, donde trabajaban los jornaleros del cortijo. El Plumitas se tranquilizó. Oiga usté, señó Juan. Yo he venío por er gusto de verle y porque que es usté un cabayero, incapaz de enviar soplos... Aemás, usté habrá oído hablar der Plumitas.

En un monte de la provincia de Córdoba, la Guardia civil había encontrado un cadáver descompuesto, con la cabeza desfigurada, casi deshecha por una descarga a boca de jarro. Imposible reconocerle, pero sus ropas, la carabina, todo hacía creer que era el Plumitas. Gallardo escuchaba silencioso. No había visto al bandido después de su cogida, pero guardaba de él un buen recuerdo.

Doña Sol escuchaba, intensamente pálida, con los labios apretados por el terror y en los ojos el extraño brillo que acompañaba a sus misteriosos pensamientos. Gallardo contraía el rostro, molestado por este relato feroz. Ca uno sabe su ofisio, señó Juan dijo el Plumitas, como si adivinase lo que pensaba . Los dos vivimos de matá: usté mata toros y yo personas.

Cuando Gallardo comenzó a frecuentar la sociedad, un nuevo motivo de conversación interrumpía las interminables discusiones sobre toros y labores del campo. En los Cuarenta y cinco, lo mismo que en toda Sevilla, se hablaba del Plumitas, un bandido célebre por sus audacias, al que cada día proporcionaban nueva fama los esfuerzos inútiles de los perseguidores.

Pa abreviá: que el otomóvil se etuvo un poco más ayá, y yo di una galopá pa reunirme con er señó y ajustar las cuentas. Un hombre que pué meter la bala aonde quiere, lo para too en er camino. Gallardo escuchaba asombrado al Plumitas hablar de sus hazañas de carretera con una naturalidad profesional. A usté no tenía por qué detenerle. Usté no es de los ricos.

Yo soy «gallardista», ¿sabe usté?... Yo le he aplaudió más veses que usté pué figurarse. Le he visto en Seviya, en Jaén, en Córdoba... en muchos sitios. Gallardo se asombró de esto. Pero ¿cómo podía él, que llevaba a sus talones un verdadero ejército de perseguidores, asistir tranquilamente a las corridas de toros?... El Plumitas sonrió con expresión de superioridad. ¡Bah! Yo voy aonde quiero.

Palabra del Dia

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