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Actualizado: 28 de mayo de 2025
No habría güenas mozas que me lo quitasen; sería mío; pasaríamos nesesiá; pero los domingos, muy apañaos, nos iríamos a una venta a merendar. Aemás, ¡los sustos que paso con los marditos toros! ¡Esto no es viví!
Y aemás, no es una panoli de las que vistas una vez ya está visto too. Con ella siempre quea argo que desear, argo que se espera y no yega... En fin, Sebastián, no pueo explicarme bien... Pero tú no sabes lo que es una señora; así es que no me prediques y sierra el pico. Gallardo ya no recibía cartas de Sevilla. Doña Sol estaba en el extranjero. La vio una vez, al torear en San Sebastián.
¿Quién me conosería continuó si hubiese seguío viviendo en mi pueblo?... Yo he pensao mucho sobre esto. A los de abajo no nos quea otro recurso que rabiar trabajando pa otros o seguir la única carrera que da dinero y nombre: matá. Yo no servía pa matá toros. Mi pueblo es de la sierra y no tiene reses bravas. Aemás, soy pesao y poco habilioso... Por eso maté personas.
Si uno es bueno y se contenta con bajarles los calzones y haserles una carisia con un puñao de ortigas y cardos, se acuerdan de esta broma toa su vía... A los probes, a los de mi brazo, es a los que tengo mieo. Detúvose Plumitas, y mirando al espada añadió: Aemás, están los afisionaos, los discipuliyos, la gente joven, que viene detrás arreando.
Gallardo sonreía, con movimientos afirmativos de cabeza, halagado ahora en su orgullo de artista. Aemás continuó el bandido , nadie dirá que yo he venío a La Rinconá a pedí ni un pedaso de pan. Gana el dinero lo mismo que yo: exponiendo la vía.
Usté lo ha dicho, señá Angustias; Juaniyo me da a comé, eso es. Y como me da a comé, tengo que obedeserle... Pero venga usté aquí, señora: póngase en mi caso. Que me dise mi mataor que hay que ir a La Rinconá... Güeno. Que a la hora de dirnos me encuentro en el otomóvil con una señorona mu guapa... ¿Qué vamos a haserle? El mataor manda. Aemás, no iba yo solo.
¿Aónde va ese hombre? Y al decir esto se incorporó en el asiento, atrayendo con las rodillas hacia su pecho el ladeado rifle. Iba a un gran campo vecino, donde trabajaban los jornaleros del cortijo. El Plumitas se tranquilizó. Oiga usté, señó Juan. Yo he venío por er gusto de verle y porque sé que es usté un cabayero, incapaz de enviar soplos... Aemás, usté habrá oído hablar der Plumitas.
Palabra del Dia
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