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Actualizado: 25 de julio de 2025
Si usted no tuviese inconveniente en ello manifestó D.ª Fredes dirigiéndose al poeta, le rogaría me dejase el manuscrito de esa poesía para guardarlo en mi colección de autógrafos y firmas ilustres. El poeta, confundido por tamaña honra, avanzó tropezando hasta el trono de D.ª Fredesvinda y depositó en sus manos el pliego de papel de barba.
Yo quise llenar el pliego, casto por sus resplandores, de mis locuras de niño, de mis risas y dolores, del aroma inolvidado de no sé qué santas flores, y así convertir el pliego en libro de mis amores. Era la noche de luna. Fuera decían los vientos el suspiro milenario de sus plácidos lamentos.
Mirólos Jacobo por todos lados, sin muestra alguna de sorpresa, y con la misma habilidad y ligereza de antes, arrancó también los sellos de ambos: el primero contenía un gran pliego, escrito de letra menuda, marcados sus párrafos con números romanos en forma de artículos, y anotados varios de ellos al margen, por la misma letra gorda de la carta y el sobrescrito.
Existiendo el sol y las flores ¿qué hacía allí, hablando de cosas que no le importaban?... Pero se repuso pronto de aquella rápida crisis. Cesó de buscar entre los legajos amontonados en el escaño, de hojear papeles para disimular su turbación, y tremolando el primer pliego que encontró a mano, continuó su discurso.
En pliego adjunto le envío una nota bien detallada y comprensiva de todas las mejoras efectuadas en Peleches bajo mi dirección, para gobierno de usted antes de salir de Sevilla. Celebraré que le satisfaga.
Levantáronse todos de la mesa, y no se habló más; pero un momento después, Aldea, visiblemente conmovido, llevó al duque hasta el hueco de un balcón, y allí, sin ser oído de nadie, al mismo tiempo que sacaba un pliego del bolsillo, le dijo: Hace tiempo que deseaba probar a usted mi buena amistad.
Y separándose con rapidez de Algalia, que maquinalmente había recogido el pliego, estrechó la mano a la duquesa, que intentó en vano detenerle, saludó al cura, hizo a los restantes una inclinación de cabeza, mirando profundamente a Josefina, extrañada de tan repentina despedida; salió del comedor, cruzó las salas, y un momento después el portero, descubriéndose respetuosamente, le abría la lujosa verja del parque.
En este tiempo vino a don Diego una carta de su padre, en cuyo pliego venía otra de un tío mío llamado Alonso Ramplón, hombre allegado a toda virtud y muy conocido en Segovia por lo que era allegado a la justicia, pues cuantas allí se habían hecho de cuarenta años a esta parte, han pasado por sus manos.
Y habiéndole preguntado por las cartas, respondió que el dia antes habia llegado su compañero con un pliego para D. Jacinto: de que resultaron repetidas aclamaciones del infame nombre del tirano, que se oia repetir en las plazas y calles públicas por toda clase de gente; con el mayor regocijo, corriendo todos con banderas y otras demostraciones de júbilo, que imitó D. Manuel de Herrera desde el balcon de su casa, tremolando un pañuelo blanco, y acompañando esta accion con las mismas palabras que los demas, que eran decir: "viva Tupac-Amaru;" las que volvia á pronunciar el pueblo, lleno de alegria.
No había leído el sobre de la carta, que guardó azorado en el bolsillo. Pero no necesitaba leer nada. Estaba seguro; era de Serafina. En efecto; en el café de la Oliva leyó aquel pliego, en que la Gorgheggi se le quejaba como una Dido muy versada en el estilo epistolar. ¡Qué elocuencia en los reproches! Toda aquella prosa le llegó al alma.
Palabra del Dia
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