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Actualizado: 8 de mayo de 2025


El Friedrich August mostró prisa en salir cuanto antes. Las operaciones se hicieron con vertiginosa rapidez. La carga fué enorme: carga de personas y de equipajes. Dos vapores llenos abordaron al trasatlántico. Una avalancha de alemanes residentes en Inglaterra invadió las cubiertas con la alegría del que pisa suelo amigo, deseando verse cuanto antes en Hamburgo.

Mientras estaba parado en la plataforma de la estación de Pisa, el viejo harapiento, que hacía más de media hora que se había puesto pensativo, exclamó de pronto: Se me ha ocurrido una idea extraña, señor.

A Pisa fué, con el objeto de convalecer de una enfermedad, cierto estudiante del partido de Rodhese, departamento de Lyon; el tal estudiante vió á Luisa, se enamoró de ella, hubo de decírselo, y á ella hubo de parecerla bien: si no bien, no debió parecerla mal, por lo que luego verán mis lectores.

Ramón tomó la guitarra y cantó: Cuando la novia va a misa y yo la llego a encontrar, toda mi dicha es besar la dura tierra que pisa.

A mi lado ya sabes que no puedes ponerte, porque todas las barreras están abonadas; pero estamos cerca. ¡Ay, llévame, Miguel! exclamó Julita saltándole al cuello. Llévame a los toros. ¿Tienes deseo? ¡Muy grande! Los toros me encantan. ¡Eso, eso! gritó Enrique entusiasmado. eres española de pura raza. ¡Pisa ese sombrero, chiquita! Y lo arrojó al suelo.

Con eya en la mano, hay mu poco que tengan tan güena sombra... Lo que le tiene er Gordo, e que sabe demasiao er terreno que pisa... y cuando se sabe mucho... vamo... ya me entiende usté, D. Enriquito. Ozté perdone, zeñó José dijo a esta sazón Merluza.

Y reproduciendo en su mente el espectáculo de los escombros que había visto a dos pasos de allí, pensó que para encontrar la carta era preciso levantar muchas varas cúbicas de polvo y astillas, un cadáver y el pesadísimo pie de la curia, puesto sobre el tesoro, como el pie del pilluelo que pisa la moneda caída, mientras su dueño la busca paseando los ojos por la tierra.

Pero nuestra valiente española, curada de melindres, no pestañeó siquiera: con el mismo paso menudo y vacilante de quien pisa pocas veces el polvo de la calle, continuó su carrera triunfal. Porque lo era a no dudarlo. Nadie podía mirarla sin sentirse poseído de admiración, más aún que por su lujoso arreo, por la belleza severa de su rostro y la gallardía de la figura.

Tal vez suspiraria por su amante; tal vez lloraria; pero estaria en su casa; estaria al lado de sus padres, tendria tranquila su conciencia, limpia su honra, y entero un corazon que ahora está desgarrado. Tal vez llorara en Pisa; pero ¡qué diferencia entre aquellas lágrimas, y las que ahora vierte en Paris! Mas el golpe está dado, y un momento basta para emponzoñar la existencia de una mujer.

Las armas de los Febrer habían ondeado en flámulas y banderas sobre más de cincuenta navíos de gavia lo mejor de la marina de Mallorca , que, luego de tomar órdenes en Puerto Pi, iban a vender aceite de la isla en Alejandría, embarcaban especierías, sedas y perfumes de Oriente en las escalas del Asia Menor, traficaban con Venecia, Pisa y Genova, o, pasando las Columnas de Hércules, sumíanse en las brumas de los mares del Norte para llevar a Flandes y a las repúblicas anseáticas la loza de los moriscos valencianos, llamada por los extranjeros mayólica, a causa de su procedencia mallorquína.

Palabra del Dia

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