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Encamináronse lo más pronto posible al parador de la silla de posta, que no tardó en llegar. Abrió la portezuela el tío Manolo, y se apresuró a dar la mano a su cuñada, que saltó en tierra con mucha compostura y elegancia. El brigadier, después de abrazar a su hijo, lo presentó a su nueva mamá, quien le dio un beso en la mejilla, reparando poco en él. Era una mujer hermosa, alta, maciza de carnes, el rostro blanco y ovalado, negros y grandes los ojos, pestaña larga, cabello castaño tirando a rubio, derecha de espaldas y cogida de cintura, gallarda y briosa en sus movimientos y un tantico soberbia. Miguel entendió que no había visto nunca nada tan bello, y la expresó su rendimiento mirándola hasta comérsela con los ojos. Terminados los saludos y las preguntas que en casos tales suelen repetirse bastante, se entraron los cuatro en la carretela. Sentose la dama en el fondo a la derecha, y el brigadier a su lado: Miguel y el tío Manolo se acomodaron enfrente. Comprendiendo el buen efecto que en su hijo había causado la mamá que le traía, el brigadier iba muy complacido y estaba harto locuaz; mucho más de lo que acostumbraba. El tío Manolo, por cierto instinto de coquetería que jamás le abandonaba, hacía esfuerzos por mostrarse agudo y chistoso delante de su cuñada, y la abrumaba a galanterías. «Ángela, ¿te molestan las ventanillas abiertas? la decía llamándola por su nombre y tuteándola ya. ¿Quieres que cerremos ésta de la derecha? ¿Llevas los pies fríos? Dame acá esa sombrilla.

Probablemente, la prensa conservadora cree que de Pestaña, del Noy del Sucre, de Indalecio Prieto o de Marcelino Domingo. Yo creo que de Platón.

Dos horas después, entró de repente en la cámara una joven, una divinidad, vestida con un hábito, un velo y una toquilla de educanda y se detuvo al ir á arrojarse en los brazos del conde de Haro, al ver que había con él otro respetable señor, que la miraba ni más ni menos que como hubiese podido mirar á una yegua de raza, sin mover una pestaña.

Callando estuvo por un buen espacio, mirando al suelo sin mover pestaña, y al cabo dijo: »- lo has hecho, Lotario, como yo esperaba de tu amistad; en todo he de seguir tu consejo: haz lo que quisieres y guarda aquel secreto que ves que conviene en caso tan no pensado.

Yo me complacía en mirar los ojos de la doncella, aquellos ojos soberbios, negros, rasgados, sombreados por la rizada pestaña y la negra y arqueada ceja. Advirtió Angelina que la miraba yo con interés de amante, y se encendió al igual de los pétalos que llenaban el plato. Angelina... ¿qué dijo el pájaro azul? Sonrió dulcemente, y me respondió, bajando la mirada: Que.... ¡Es usted muy curioso!

En realidad, los hombres no se han clasificado nunca por razas, religiones, idiomas ni costumbres. Los han clasificado así los historiadores mucho después de que ellos habían hecho su propia clasificación; pero los primeros hombres se clasificaban siempre por oficios, ni más ni menos que si hubiesen oído a Pestaña o al Noy del Sucre.

La tal muchacha, con sus 14 años, su carita rosada y sus piernas gruesas y bien torneadas, era algo apetitoso y tentador y hacía la desesperación de los dandys del barrio, que no perdían ocasión de verla pasearse en la vereda con sus coquetos vestiditos rosa, sus delantales negros guarnecidos de trencilla punzó con pliegues de pestaña, haciendo cantar sus zuequitos escotados, y moviendo al son de esa música su cuerpo flexible y airoso.

Prosuponga vuestra merced que me manda llevar a la cárcel, y que en ella me echan grillos y cadenas, y que me meten en un calabozo, y se le ponen al alcaide graves penas si me deja salir, y que él lo cumple como se le manda; con todo esto, si yo no quiero dormir, y estarme despierto toda la noche, sin pegar pestaña, ¿será vuestra merced bastante con todo su poder para hacerme dormir, si yo no quiero?

Le llevó una armada de quince velas, en donde fueron Francisco Pereira Pestana para Gobernador de Goa, Juan Silveira, para ejercer el mando en Cananor, y para el gobierno de Calecut, Juan de Lima. Habían ido también, custodiando al nuevo Virrey, cuatro naves a las órdenes de Martín Alfonso de Melo, el cual debía después visitar el Imperio chino.

Marcelino Domingo, Indalecio Prieto, el Noy del Sucre y Pestaña hablan, escriben, agitan y crean contra los patronos un estado de opinión sin el cual tal vez no se cometiesen tantos atentados; pero de aquí a suponer que esos señores son responsables, hay una gran diferencia. Esos señores no son responsables. Esos señores son instrumentos.