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Actualizado: 23 de mayo de 2025
Era una ovación silenciosa de ojeadas y sonrisas, igual á la que saluda la entrada de una tiple célebre en el teatro de sus triunfos. Cerca de dos semanas duró su batalla con el Casino; ganaba, perdía, volvía á ganar. Su «trabajo» empezaba á las tres de la tarde, prolongándose hasta media noche, y transcurría la hora del té, luego la de la comida, sin que ella se enterase.
Galoparon los dos jinetes, llevando al hombro como una lanza la garrocha de fina y resistente madera, con una pelota en su remate que resguardaba el hierro. Su paso por el barrio popular despertaba una ovación. ¡Olé los hombres guapos! Las mujeres saludaban con la mano. ¡Vaya con Dió, güen mozo! ¡Divertirse, señó Juan!
Estaba ya en el redondel el tercer toro y duraba aún la ovación a Gallardo, como si el público no hubiese salido de su asombro, como si todo lo que pudiera ocurrir en el resto de la corrida careciese de valor. Los otros toreros, pálidos de envidia profesional, se esforzaban por atraerse la atención del público.
Al día siguiente no se hablaba de otra cosa en Madrid que de la ovación de la Jesup, de su importuno estornudo y de los guantes de Currita; nadie se acordaba ya del nombramiento de camarera, ni de la muerte de Velarde, ni del registro de la policía.
Juanillo puso sus palos a la fiera y quedó junto a un tablado, gozándose en recibir la ovación popular en forma de tremendos manotazos y ofrecimientos de tragos de vino. Una exclamación de horror le sacó de esta embriaguez de gloria. Chiripa no estaba ya en el suelo de la plaza. Sólo quedaban en él las banderillas rodando por el polvo, una zapatilla y la gorra.
Era el noble pueblo, que, indignado al no encontrar billetes para la corrida en el despacho de La Campana, ansiaba asaltarlo e incendiarlo, siendo repelido por la policía. El Nacional bajó tristemente la cabeza. ¡Reacsión y atraso! ¡Farta de sabé leé y escribí! Llegaron a la plaza. Una ruidosa ovación, un estrépito interminable de palmadas acogió la presencia de las cuadrillas en el ruedo.
Sobre los miles de cabezas empezó á subir y bajar una nube de gorras echadas en alto. ¡Excelente y simpático pueblo! dijo Gillespie, saludándole con una mano. Y mientras una nueva ovación acogía estas palabras, ruidosas como un trueno é incomprensibles para el público, el gigante fué á sentarse en su escabel.
Alzando verdes palmas Tejidas con el lirio, La gloria y el martirio Reciba su ovacion; Y alzando patrios himnos Que vuelen por los aires, Levante Buenos Aires Su invicto pabellon. Libertad, sube á tu trono De la gloria en el broquel, Agitando nobles palmas, Coronada de laurel.
Mientras María participaba con el gran cantante de la desaforada ovación que le ofrecía un público, que de rodillas los veneraba humildemente, se representaba una escena de diferente carácter en la pobre choza de que ella saliera poco más de un año antes. Pedro Santaló yacía postrado en su lecho. Desde la separación de su hija no había levantado cabeza.
Encerrado como un crustáceo en este caparazón de corcho, manteníase lejos de la mesa a causa del volumen de su envoltura, teniendo que realizar todo un viaje cada vez que sus manos iban de los platos a la boca. Un asombro burlesco le había saludado con ruidosa ovación, y satisfecho de tal triunfo, aguantaba el martirio, siendo el primero en admirar su prodigiosa inventiva.
Palabra del Dia
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