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Actualizado: 27 de mayo de 2025
El otro tampoco osaba dar un paso. Estaban los dos inmóviles, sin saber qué decirse, cuando apareció Robledo. Debía estar rondando desde mucho antes por las inmediaciones de la casa para adquirir noticias. Al reconocer á Canterac le miró con una expresión interrogante. ¿Y el otro?... Inclinó la cabeza Canterac y el marqués hizo un gesto doloroso que reveló á Robledo todo lo ocurrido.
La tenía apoyada en su pecho, una mano entre las suyas; floja, desmayada, sin voluntad, incapaz de resistencia, y, sin embargo, no sentía el ardor brutal de aquella mañana, no osaba moverse por el temor de parecer audaz y bárbaro.
¡No tiene tal! gritó el Provisor, perdiendo un estribo por lo menos . No tiene tal; y esto ha sido... una imprudencia. Visita volvió la cara y sacó la lengua. «¡Cómo le trata!» pensó, envidiando a un hombre que osaba llamar imprudente al Obispo.
Ella parecía haber olvidado el pasado, y Gallardo no se atrevía a recordarlo ni osaba el menor avance, temiendo una de sus explosiones de cólera. ¡Sevilla! decía doña Sol . Muy bonita... muy agradable. ¡Pero en el mundo hay más! Le advierto a usted, Gallardo, que el mejor día levanto el vuelo para siempre. Adivino que voy a aburrirme mucho. Me parece que me han cambiado mi Sevilla.
Sus facultades dialécticas se habían desarrollado de modo tan desmesurado que nadie osaba hacerle frente á no ser que estuviese borracho perdido. Por lo cual muchas veces se veía obligado á forjarse un adversario mentido con quien contendía en voz alta. Era por lo general alguno de los que se habían quedado dormidos sobre un banco de la taberna.
Miguel solía aprovechar esta buena disposición y osaba retozar con la fiera: cogiéndola súbito de la cintura la empujaba con alguna violencia y la hacía correr, a su pesar, por la sala o el corredor hasta fatigarla, sin hacer caso de sus protestas. ¡Estate quieto, Miguel! ¡Basta, Miguel! ¡Mira que me fatigo! La brigadiera, enfadada a medias, no podía menos de reírse.
Recordó el almuerzo en que había propuesto Su Alteza una vida solitaria y dulce. ¿Dónde estaban ahora los feroces «enemigos de la mujer»? Porque el coronel adivinaba en estos derroches del príncipe, en su repentina afición al juego, la obra de una influencia femenil. ¡Y él que no osaba jugar mas que algunas monedas de tarde en tarde, pensando en las enormes sumas confiadas á su lealtad!...
El príncipe adivinó lo que pensaban ella y su amigo, lo que tal vez diría Castro si osaba hablarle de Alicia. «Acababa de perder á su amante, y mientras lo lloraba con una vehemencia teatral, se iba preparando otro, igualmente joven... Un verdadero crimen; porque el pobre Martínez estaba condenado á morir, y sólo prolongaba sus días gracias á una absoluta quietud.
Algunos días después notó Isidro que el señor Vicente retardaba sus salidas matinales, o volvía a casa muy temprano, como buscando una ocasión para hablar con él. Le miraba por la puerta entreabierta, al pasear por su biblioteca mascullando oraciones; pero no osaba pasar adelante, como si temiese abordarle en presencia de Feli.
Era un profano que osaba injerirse en la francmasonería del negocio. Quiso levantarse, pero se detuvo al notar que Manzanares sentía la emulación de hablar igualmente de sus esfuerzos.
Palabra del Dia
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