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Debo orar junto á esta desgraciada, y tanto más, cuanto que es hija de otra infeliz, á quien he amado mucho, antes de dejar el mundo. Y yo necesito apartar de aquí á don Juan. Sí, sí; lleváoslo. Esperad, esperad dijo don Juan levantándose y dando algunos pasos hacia Dorotea. ¡Que hacéis! dijo dulcemente el padre Aliaga. ¡Dejadme, por Dios, que la vea la última vez!
Encendió la lámpara, y saliendo al gabinete se puso a orar humildemente postrada frente a la imagen de Jesús. Como no tenía puesta más que una fina camisa de batista, el frío la traspasó en seguida y empezó a tiritar; pero no quiso dejarse vencer y siguió orando hasta que sus dientes chocaron fuertemente unos contra otros. Sólo entonces se decidió a dejar la postura que había tomado y vestirse.
Estaba enteramente solitario, o al menos así le pareció a la primera ojeada. A los pocos minutos, acostumbrados ya sus ojos a la oscuridad, percibió dos o tres bultos diseminados por él y postrados en oración. Arrodillose él también en el fondo oscuro, cerca de la puertecita de la escalera que conducía a la tribuna de los Quiñones, y fingió orar unos momentos. Aquello le repugnaba profundamente.
Tenía una sospecha ... Aquella mujer es muy rara. ¡Si vieras qué miedo me daba cuando se ponía á orar, quedándose mucho tiempo quieta é insensible, como si estuviera muerta! Se ponía de rodillas, miraba al techo, y así estaba dos ó tres horas sin moverse, y hasta parecía que no respiraba. La tocaba yo, y nada; la llamaba, y no respondía.
Por otra puerta opuesta a la de la sacristía entraron cuatro monjas, se arrodillaron delante del altar mayor y comenzaron a orar en voz alta de un modo extraño, que yo jamás había oído antes.
Quitó la almohada, quedándose con las rótulas apoyadas en el santo suelo; alzó los ojos, buscando a Dios más allá de las estampas y de las vigas del techo; y abriendo los brazos en cruz, comenzó a orar fervorosamente en tal postura. El ambiente se volvió glacial; una tenue claridad, más lívida y opaca que la de la luna, asomó por detrás de la montaña.
»Al fin, cada cual se retiró a su aposento. Yo quedé en mi habitación y púseme a orar; cuando dieron las doce en el reloj del castillo, me encaminé hacia la capilla. Teobaldo me había precedido. »¿Eres tú, Carlos? pregunté. »No, hija mía me contestó una voz temblorosa. »Era Teobaldo.
Más tarde, cuando el marido se fue a acostar, renegando de Dios y maldiciendo de los hombres, ella dio un beso a cada niño, y enseguida, postrándose de rodillas ante una grosera estampa de Cristo pegada en la pared, comenzó a orar entre dientes.
La verdadera creyente, la devota sincera de aquella casa era Severiana: sus amos pagaban el aceite, pero ella encendía la lamparilla, cuidando de que ardiera constantemente, levantándose a veces durante la noche para orar de rodillas, mientras cerrando los ojos creía ver el miserable cuartucho donde dormía su hija.
Don Marcelo, que había considerado siempre con indiferencia á la religión, reconoció de pronto la necesidad de la fe. Quiso orar como los otros, con un rezo de intención vaga, indeterminada, comprendiendo en él á todos los seres que luchaban y morían por una tierra que él no había sabido defender.
Palabra del Dia
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