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Actualizado: 7 de mayo de 2025
De cuando en cuando, y coincidiendo con los momentos en que la argumentación exigía mayor sutileza, mi amigo oprimía nerviosamente la chirimoya, como si quisiera extraerle todo el jugo. Y entonces se me venía a la imaginación la imagen prodigiosa de Le Penseur, de Rodin.
Tomarás un auto, aquí tienes dinero; que dentro de cinco minutos tenga él esta carta. Trazó nerviosamente algunos renglones, suplicando a Julio, en nombre de Adriana, que viniese sin demora. Puso el papel en un sobre y escribió la dirección. Pero cuando Lola iba a salir, entró Adriana. Adivinándolo todo, le quitó la carta. Tuvo un ligero gesto de vacilación. Cerró los ojos, suspirando.
Se paró delante de mí, resaltando aún más su hermosa y trágica presencia, con su pequeña y blanca mano nerviosamente apoyada en el respaldo de una de las doradas sillas del salón, como buscando sostén en medio de su dolor. ¡Lo sé! exclamó con voz cortada, cosa desconocida en ella, y sus ojos fijos en mí. Sé para qué ha venido a verme, señor Greenwood.
El vagón estaba ocupado por obreros y por campesinos de los que iban á la romería. Unos y otros se miraban hostilmente, y los aldeanos acariciaban nerviosamente sus cachabas, oyendo las burlas de la gente de las fábricas.
Borrén le alargó la petaca, y Baltasar encendió nerviosamente un pitillo. Vamos, ¿cuántos candidatos dirá usted que hay al trono? prosiguió echando leve bocanada de humo al techo . Vaya usted contando por los dedos, si la paciencia le alcanza. Espartero... uno.
A cada paso tiraba de las riendas nerviosamente, con gran escándalo de la buena yegua, acostumbrada a más consideraciones. Trae muchacho decía entonces el notario, los militares tenéis la mano dura. ¡Dura! nunca lo sería bastante para castigar al que se había atrevido a tocar a la tía Liette.
Yo nada tengo que ver, contestaba nerviosamente; yo les estuve diciendo: esas son quijoterías... ¿Verdad, tú, que lo he dicho? Basilio no sabía si lo había dicho ó no, pero por complacerle contestó: ¡Sí, hombre! pero ¿qué sucede? ¿Verdad que sí? Mira, tú eres testigo: yo siempre he sido opuesto... tú eres testigo, mira, ¡no te olvides! Sí, hombre, sí, pero ¿qué pasa? Oye, ¡tú eres testigo!
Sonriendo nerviosamente y con voz aguda y extraña, se dirigió a don Feliciano Gómez, que era la única persona que allí había: Ya sabrá usted que la z... de mi mujer se ha escapado con su chulo, ¿eh? Don Feliciano le miró sorprendido. Aunque era hombre que entendía poco de sonrisas, al verle sonreir de aquel modo se sintió sobrecogido, y le contestó con tristeza: Sí, Gonzalito, sí.
Estas palabras, lejos de tranquilizar a la señora Princetot, parecieron aumentar todavía su espanto; había de nuevo juntado sus manos y se las retorcía nerviosamente. Al mismo tiempo, vio Delaberge que las lágrimas humedecían los ojos de la hostelera. ¿Qué tiene usted? continuó. Diríase que mis palabras le causan pena... Sentiría con toda el alma que involuntariamente...
¡No digas eso, por Dios, Melchor! exclamó Lorenzo poniéndose de pie y caminando nerviosamente a lo largo del comedor, mientras Ricardo, echado hacia atrás en su asiento, arrojaba al techo tenues espirales del humo de su, cigarro, como deseando substraerse a la discusión. No lo diré si te incomoda repuso Melchor con voluptuosa indiferencia.
Palabra del Dia
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