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Actualizado: 7 de mayo de 2025


Engañado por la fijeza de los ojos de Gillespie, el traductor había osado dirigirle la tal pregunta convencido de que le escuchaba con atención. Luego tuvo que repetirla dos veces más, mientras á su lado el ilustre jefe de la Universidad se agitaba en su asiento nerviosamente, considerando como una ofensa la actitud distraída del gigante.

Tenía la cama medio deshecha, porque estuvo moviéndose nerviosamente en ella hasta que vio entrar a su hijo, y de cuando en cuando dirigía los ojos a su mujer, como asombrado de que pudiera dormir libre de las mismas dudas y recelos que él experimentaba. Vaya, a descansar, papá. Pepe y Leocadia besaron a su padre como dos niños, y salieron.

S. E. se sonrió nerviosamente y contestó: ¿? pues razon de más para que continúe preso; un año más de carrera, en vez de hacerle daño, le hará bien, á él y á todos los que despues caigan en sus manos. Por mucha práctica no es uno mal médico. ¡Razon de más para que se quede! ¡Y luego dirán los reformistas filibusterillos que nosotros no nos cuidamos del país! añadió S. E. riendo sarcásticamente.

Su silueta destacábase sobre la blancura del sendero a la luz vagorosa de las estrellas. Tenía el revólver en la diestra, apretando nerviosamente la culata, acariciando el gatillo con un dedo febril, ansioso de disparar. ¡Ay! ¿no le seguiría alguien? ¿no aparecería el verro o cualquiera de los otros enemigos?... Transcurrió el tiempo sin que nadie se presentase.

Luego le detuvo en el vestíbulo, por la idea del retrato desaparecido, cuyos fragmentos apretaba nerviosamente en el bolsillo. Entonces, como Julio, sin atenderle, se dejara caer en un sillón, le miró: había cerrado los ojos, palidísimo, y apoyaba la cara de perfil en el respaldo; una de sus manos colgaba inerte. Se sorprendió Muñoz extraordinariamente. En seguida una alegría frenética le agitó.

¿Cómo diablos no lo he sospechado? dijo el diplomático encogiéndose de hombros, humillado por su poca perspicacia. Salta a la vista que es su hija. Y su única heredera. El joven se volvió como si le hubiera picado una mosca. ¿Cómo es eso? ¡Diablo! su padre le dejará naturalmente toda su fortuna. Es muy probable murmuró el conde mordisqueándose nerviosamente el bigote.

Como tropezase con un paquete de cuadernos de sus discípulos, lo rechazó indignado. Sentado en el suelo, buscaba nerviosamente en el cajón inferior del armario, lanzando suspiros de desesperación. ¡Por fin! ¡Allí estaba su diario! Un cuaderno azul, de escritura vacilante, ingenua... Algunas flores secas dentro, un ligero perfume... ¡Dios mío, qué joven era entonces!

Cuando quedaron solos, el mancebo, enmudecido por las tumultuosas impresiones que jugaban con su ánimo, levantose nerviosamente y, acercándose a la ventana, abrió las maderas. Avila, recubierta de nieve, resplandecía bajo el mágico claror de la luna como una ciudad de encantamiento. Ramiro ordenó al lacayo que se llevase las candelas.

Ramiro se entretenía en curiosear los misterios de la techumbre o en contemplar la ciudad y los horizontes, desde aquella elevación que producía en todo su ser el antojo de un vuelo fantástico. Franco era mezquino de cuerpo. Cuando algo le preocupaba mascábase el bigote nerviosamente. Su mujer, Aldonza González, a quien todos llamaban la extremeña, era, en cambio, garrida y vigorosa.

La lidia las aburría o las horrorizaba; pero la salida de la cuadrilla las enardecía, y movíanse nerviosamente en sus asientos al ver el desfile de jacarandosas figurillas, que, a la luz del sol, destacábanse sobre la arena del redondel como ascuas de oro con el brillo de sus alamares.

Palabra del Dia

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