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vivirás, volverás a Madrid, verás a la que fue tormento y bochorno de mi vida. Dile... dile que no la perdono, que no la puedo perdonar. Salvador le dio la mano. Navarro, tomándola, la apretó en la suya fuertemente. Le miró con espanto. En aquel momento postrero parecía que se reproducían en su alma todas las amarguras de su vida y que espantosas imágenes le turbaban la vista.

Pocas ocasiones se nos presentarán, sin embargo, de trazar capítulos detallados de ellos, porque de muchos se sabe ahora poco, y de algunos, absolutamente nada . Pedro Díaz, según Navarro, uno de los que llevaron las comedias á su perfección, es mencionado por Rojas entre los predecesores de Lope de Vega, y como autor de una de las primeras comedias de santos titulada El Rosario.

En la primera hablaron de las condiciones de las casas de Pamplona, de la catedral, de la ciudadela, de las fortificaciones, de la Rochapea y de otros temas locales, en que Navarro mostró su prolijo conocimiento de la ciudad.

Pues yo digo que eres el monstruo, el criminal, el indigno de perdón. Acuérdate de aquellos días del año 13, cuando se dio la batalla de Vitoria dijo Salvador con violencia . ¡Oh! fuiste quien me provocó. ¡Fuiste !. ¡! Repito que . La disputa se agriaba. Salvador quiso calmarla con un ademán de conciliación. Navarro respiraba como quien se va a ahogar.

Aquella tarde había hablado el anciano cura de la probable entrada de D. Carlos en el Baztán y de la aproximación de las tropas de Zumalacárregui y Eraso para proteger la entrada del Rey y hacerle los primeros honores. Recordándolo, dijo Navarro con cierta exaltación que encandilaba sus extraviados ojos.

Vamos, vamos, Sr. D. Carlos dijo Zorraquín abrazando al enfermo . Ahora que los dedos se nos hacen triunfos, y tenemos a nuestro Rey con nosotros, y nos preparamos para ir sobre Madrid ¿se le antoja a usted morirse? Eso no se puede consentir. Navarro se acongojó mucho y dijo que la voluntad de Dios no le permitía guerrear en aquella grande y sublime campaña.

A la noche, Navarro requiere sus armas y una comitiva de nueve hombres que le acompañan, y que deja en lugar conveniente cerca de la casa de Tilo, avanzando él solo a la claridad de la luna. Cuando hubo penetrado en el patio abierto de la casa, grita a Villafañe, que dormía con los suyos en el corredor. «¡Villafañe, levántate!

¿Vienes a ponerme a prueba?... Con cien mil rábanos, hombre, que seas benigno dijo Navarro empezando a enfurecerse . ¡Y luego me dirá el médico que tenga paciencia, que no me sulfure, que no se me suba a la boca y a los ojos la hiel de mis entrañas!... Oye , menguado, por no darte otro nombre, ¿vienes a gozarte en mi desgracia, viéndome enfermo y sin fuerza para castigar un insulto, o vienes a espiarme por encargo de los masones?

Acostose Navarro, y sumergido en el lecho con el rebozo de las sábanas en la boca, sin mostrar de su persona más que media cara y tres dedos de una mano, habló a su hermano de este modo: Natural era que se supiese ya en Navarra y aun en toda España la resistencia que hallé en Iturralde, la sublevación de Sarasa, y por último, la concentración de todas las fuerzas de este país bajo mi mando.