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Actualizado: 23 de mayo de 2025


Todo lo que su figura tenía de plebeyo lo disimulaba el traje masculino; ni las gruesas muñecas, ni el recio pelo dañaban a su gentileza, que era de cierto notable y extraordinaria. La comparsa recorrió los talleres, bailando y cantando, recibiendo bromas de las señoras, y alegrando la oscuridad de las salas con la nota blanca y azul de sus trajes.

Su herida no corresponde a su prolongada insensibilidad ni tampoco a esas extrañas y lívidas manchas que tiene en el cuerpo. ¡Mire el revés de sus manos! Hice lo que me decía y me quedé horrorizado de encontrar en las dos unas manchas pequeñas, obscuras, color cobre, que se extendían también por las muñecas y los brazos.

Todavía la traductora rugió su última orden, antes de partir. Gentleman-Montaña, ¡las manos atrás! Gillespie lo hizo así, y, apenas hubo cruzado sus manos sobre la espalda, sintió en torno de las muñecas algo que parecía vivo y se enrollaba con una prontitud inteligente. Era el cable metálico de la máquina que iba á volar detrás de él.

Tiene todas las malicias de las muñecas creadas por la vida moderna, y debe resultar terriblemente cara... Pero debajo de eso, que no es mas que una costra exterior, tal vez existe solamente una mentalidad algo simple.

A la cama no se puede llegar; porque están alrededor todos los juguetes, en mesas y sillas En una silla está el baúl que le mandó en pascuas la abuela, lleno de almendras y de mazapanes: boca abajo está el baúl, como si lo hubieran sacudido, a ver si caía alguna almendra de un rincón, o si andaban escondidas por la cerradura algunas migajas de mazapán; ¡eso es, de seguro, que las muñecas tenían hambre!

La gente necesitaba pensar en su propia suerte; el peligro no dejaba tiempo para mirar el exterior. ¡Pobres vírgenes locas! ¡Infelices muñecas de París arrebatadas por la tempestad cuando daban vueltas y sonreían con sus bocas pintadas, á los sones de una cajita de música!...

Me expuso en pocos instantes una infinidad de proyectos a cual más absurdo: según ella, debía presentarme al día siguiente en casa, y pedirle al papá su mano: el papá diría que era muy niña, pero yo debía replicarle inmediatamente que no importaba nada: el papá insistiría en que era demasiado pronto, pero yo le presentaría el ejemplo de una tía, hermana de su mamá, que estaba jugando a las muñecas cuando la avisaron para ir a casarse. ¿Que había de oponer a este poderoso argumento?

¡No, por Dios! ¡Concha, no, por Dios! respondía entre sollozos la criatura. Te quiero mucho... y a madrina también... Si no me pegas te he de dar mi caja de muñecas... ¿De veras? dijo dulcificándose. , ahora mismo si la quieres. ¿Y el estuche de costura? También. ¿Y el armarito de espejo? , el armarito también. Concha hizo ademán de vacilar. La niña la miraba con ojos ansiosos.

Seguramente era una ciudad de muñecas; ¡pero qué muñecas!... Por diversos lados salían blancas pelucas, y ninguna puerta se abría en los huecos del piso segundo, sin dar paso a una bonita figura de cera, estopa o porcelana; y todas corrían por los pasadizos gritando: «ya es la hora...». En las escaleras se cruzaban galones que subían con galones que bajaban... Todos los muñecos tenían prisa.

Cuando se encontraron frente a frente en el boudoir, le dijo Pepa cogiéndola por las muñecas y mirándola fijamente: Vamos a ver, Clementina, ¿ sabes cómo andan los negocios de tu marido? Fué un golpe en medio del pecho. Clementina, aunque sin precisión, tenía noticias de las pérdidas de Osorio, de su creciente y febril afán de jugar.

Palabra del Dia

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