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Actualizado: 18 de julio de 2025
Embebecida en esta cavilación llegó al Campo de Guardias, junto al Depósito. Había allí muchos sillares, y sentándose en uno de ellos, empezó a comer dátiles. Siempre que arrojaba un hueso, parecía que lanzaba a la inmensidad del pensar general una idea suya, calentita, como se arroja la chispa al montón de paja para que arda. «Todo va al revés para mí... Dios no me hace caso.
Cuando el cocinero le vio en tal estado continuó la abuela , le agarró por la pata y le tiró por la ventana. Entonces el viento se apoderó de él. «Viento gritó Medio pollito , mi querido, mi venerable viento, tú, que reinas sobre todo y a nadie obedeces, poderoso entre los poderosos, ten compasión de mí, déjame tranquilo en ese montón de estiércol.»
En el patín, si es verdad que se veía claro, no consolaba mucho los ojos el aspecto de un montón de cal y residuos de albañilería, mezclados con cascos de loza, tarteras rotas, un molinillo inservible, dos o tres guiñapos viejos y un innoble zapato que se reía a carcajadas.
Fírmale el recibo, ¿quieres? y sacando del chaleco un montón de moneditas las dio al mensajero, diciéndole: Toma... para ti y se dirigió al telégrafo, mientras Ricardo, apoyado en la pared exterior de un vagón, escribía en el recibo del telegrama de Clota, este nombre: «Melchor Astul».
Apóyate contra la puerta, quizá consigas romper la cerradura. El señor Hellinger era un coloso. Apoyó uno de sus robustos hombros en la tabla cuyas junturas, al primer esfuerzo, comenzaron a crujir. Despacio le dijo su mujer. Los sirvientes están en el vestíbulo. ¡Idos a hacer algo en la cocina, montón de perezosos! gritó en la escalera su voz regañona. Abajo se oyeron golpes de puertas.
Después se deshizo el montón y con algunos pedazos de vestido de menos y algunos bultos en los ojos de más, todos los alborotadores se marcharon corriendo hacia la tienda de comestibles. La boda penetró en el jardín, siguió solemnemente la orilla de la pradera, subió la escalinata y entró en el salón completamente adornado con ramos blancos.
Utilizando el influjo que indudablemente había alcanzado yo en esta prueba sobre el ánimo de Tanasia, sentí como esperanzas de arrancarla el secreto de su corazón a poco que me empeñara en ello; pero estaba el mío vivamente interesado en otro asunto muy diferente, y me pareció el empeño hasta una profanación. ¿Qué importaban ya las preferencias amorosas de la hija del Topero, cuando Chisco y Pepazos, con todos los que habían subido a la montaña con el primero en busca del segundo, podían no ser más, a aquellas horas, que un montón de rígidos cadáveres mal envueltos en la mortaja de la nieve?
Como para mi gusto, las cosas se presentaban demasiado simples, inventé un montón de dificultades: negativa de los padres, cita nocturna en la frontera y sorpresa por los cosacos, encarcelamiento, maldición paternal, fuga, y, por fin, muerte común en las aguas, pues un verdadero amor no me parecía dignamente sellado y concluido sino por la muerte.
En el jardín. Está muy triste el señor cura, a causa de la venta de... Sí, ya sé, ya sé... Al verte se alegrará un poco. ¡Se pone tan contento cuando tú vienes! Cuidado... mira que Loulou se va a comer los rosales... ¡Qué calor tiene Loulou! Di toda la vuelta al bosque tan aprisa... Juan tomó a Loulou que se dirigía a los rosales, la desensilló, la ató y le alcanzó un gran montón de pasto seco.
Yo estaba consternado, cuando á medio día, en un montón de cartas, se encontró una para el señor Bobart. ¡Ah! exclamó Roussel; ya la tenemos. Espere el señor, que la cosa se va á hacer más precisa dentro de un segundo ... Hacia las doce y media, la cocinera del señor Bobart entró en la portería.
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