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Actualizado: 18 de julio de 2025
Un hospital de sangre iba á establecerse en el castillo. Los médicos, vestidos de verde y armados lo mismo que los oficiales, imitaban su altivez cortante, su repelente tiesura. Salían de los furgones centenares de camas plegadizas, alineándose en las diversas piezas; los muebles que aún quedaban fueron arrojados en montón al pie de los árboles.
En un rincón del invernáculo, alineadas sobre un aparador, las cafeteras y teteras parecían deliberar con la solemnidad de un consejo de ancianos, chocando gravemente sus barrigas metálicas. Un cesto de lilas blancas colocado en el centro de la pieza estremecíase como un montón de nieve tocado por un remolino.
Mi tío tenía razón; no sois el Pico de la Aguja Verde. ¿El Pico de la Aguja Verde? preguntó sorprendido. Sí, mi tío pretendía... pero ¿qué importa eso? ¿Quién os ha dicho lo que ignorabais al partir? Mi padre, el señor de Pavol, y un montón de cosas que he venido recordando desde hace dos meses. ¿Es cierto, entonces, que el amor atrae al amor? Nada es más cierto, mi querida novia.
La relación de aquel hombre había excitado mi curiosidad. Así que, después de caminar un rato en silencio, le pregunté: ¿Y V., cuando le echaron de la cárcel, se habrá ido a su casa? No, señor; me quedé cerca de la puerta para verle salir. Al cabo de media hora de espera, apaeció entre un montón de gente, lo mismo que este que va en el coche... ¡Ay, caballero, si viese V. que otro hombre era!
El banquero se apoderó de ella, la abrió prontamente, y sacando el montón de billetes que contenía, se puso a contarlos con la destreza y rapidez propias de los hombres de negocios. Cuando concluyó dijo: Está bien: no falta nada. El cochero, que, como es natural, esperaba una gratificación, quedóse algunos instantes inmóvil. Está bien, hombre, está bien. Muchas gracias.
Cubiertos de tiernos trigos se extendían en planicie de un verde pálido, cortados bruscamente por el muro sombrío y adusto de la sierra. Cuando nos acercamos a la ciudad, me sentí impresionado vivamente por la grandeza de sus recuerdos. Aquel montón de casas que se alzaba pardo y melancólico entre el río y la montaña había sido la gran ciudad del Occidente, la capital del mundo civilizado.
Talleres aun humeantes y ranchos de pobrerío se diseminaban confusamente, y todo formaba una perspectiva sórdida y ruin. Sobre aquel montón fugitivo de cosas informes y de vida precaria, todo miserablemente pegado a la tierra, flotaba como una armonía la magnificencia triste del ocaso, derramando sombra y paz. El tren penetró vertiginosamente en el arrabal, haciendo temblar el viaducto.
Cuatro años han pasado muy callandito sobre la vida de Carmen. Sólo ella sabe que aquel montón de horas está todo mojado de lágrimas, que no ha reído en su vida ninguna de aquellas cuatro primaveras con el alborozo de las ilusiones, ni ha cantado en su pecho ninguno de aquellos estíos la enardecida estrofa de la juventud.
El Menut, con una fuerza nerviosa, jadeante el angosto pecho y trémulos los brazos, le había arrojado a la cabeza todo un montón de masa, y el mocetón, aturdido por el golpe, no sabía cómo despojarse de aquella máscara pegajosa y asfixiante. Le ayudaron los compañeros. El golpe le había destrozado la nariz, y un hilillo de sangre teñía la blanca pasta.
Cubría su busto ligera chambra, tan mal cerrada, que enseñaba parte del seno ubérrimo. Arrastraba unos zapatos de presillas puestos en chancleta, y los tacones iban marcando sobre el piso de baldosín un compás de pasos harto estrepitoso. «Iba a echarme la bata dijo Refugio, después de revolver en un montón de ropas que estaba sobre el sofá , pero como usted es de confianza...».
Palabra del Dia
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