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Actualizado: 28 de mayo de 2025
Pero habiendo vuelto la cabeza Antonio y habiéndose encontrado sus miradas, el humor de la joven cambió repentinamente. Empezó á responder con amabilidad á su antiguo amante, á mirarle cara á cara y hasta á inclinarse hacia él, á mostrarse jovial y locuaz, demasiado locuaz para que no se advirtiese el esfuerzo sobre sí misma. Velázquez se hallaba en el séptimo cielo.
Pasaron sin despegar los labios ante el portero que les había acogido con tan extrañas preguntas; pero, al alejarse, Feli volvió la cara para mirarle y prorrumpió en una carcajada de niña. Isidro adivinaba el pensamiento de su novia; recordó el gesto hosco con que el portero les había preguntado si entraban a pintar.
Podía él estar todo lo enamorado que quisiera, pero ella jamás le otorgaría el favor más insignificante. Desde ahora, ni mirarle siquiera. Estaba decidida. ¿Qué había que confesar? Nada. ¿Para qué reconciliar? Para nada. Podía comulgar sin miedo; sí, madrugaría, comulgaría. ¡Pero bastaba, bastaba por Dios, de pensar en aquello! Se volvía loca.
Sin fuerza y medio muertos la mitad de los pasageros con las imponderables bascas que causa el balance de un navío en los nervios y en todos los humores que en opuestas direcciones se agitan, ni aun para temer el riesgo tenian ánimo: la otra mitad gritaba y rezaba; estaban rasgadas las velas, las xarcias rotas, y abierta la nave: quien podia trabajaba, nadie se entendia, y nadie mandaba. Algo ayudaba á la faena el anabautista, que estaba sobre el combes, quando un furioso marinero le pega un fiero embion, y le derriba en las tablas; pero fué tanto el esfuerzo que al empujarle hizo, que se cayó de cabeza fuera del navío, y se quedó colgado y agarrado de una porcion del mástil roto. Acudió el buen Santiago á socorrerle, y le ayudó á subir; pero con la fuerza que para ello hizo, se cayó en la mar á vista del marinero que le dexó ahogarse, sin dignarse siquiera de mirarle. Candido que se acerca, y ve á su bienhechor que viene un instante sobre el agua, y que se hunde para siempre, se quiere tirar tras de el al mar; pero le detiene el filósofo Panglós, demostrándole que habia sido criada la cala de Lisboa con destino á que se ahogara en ella el anabautista. Probándolo estaba
Resignose así Cristela a no fijarse más que en el rostro y a elegir el príncipe más hermoso que encontrara. Y como muy pronto descubriera que el príncipe más hermoso del mundo era el príncipe de Marruecos, comprometiose con el príncipe de Marruecos sin mirarle el alma. Y pensaba: «Por lo menos el rostro es hermoso. ¿Qué sería de mí si ni siquiera fuera hermoso el rostro?...»
Veíala mirarle de hito en hito, levantar después los ojos a las copas de los añosos robles, y se había dicho: «Esta mujer me está midiendo; me está comparando con los árboles y me encuentra pequeño; ¡ya lo creo!». Lo que no sabía don Álvaro, aunque por ciertos síntomas favorables lo presumiese a veces su vanidad, era que la Regenta soñaba casi todas las noches con él.
¿Querrás creer, chico repuso Enrique, dejándose engañar como muchas veces por el tono serio que comunicaba Miguel a sus palabras, que no se me había ocurrido?... Cuando Marmita me las mandó, tuve un verdadero alegrón... Sí, sí, comprendo que habrá sido una de las más puras satisfacciones de tu vida. Enrique volvió a mirarle serio y amoscado, y continuó afeitándose.
El arquero Simón, que figuraba en primera línea con Reno, Tristán y otros camaradas, no escaseaba sus comentarios más encomiásticos sobre el talante del desconocido y la maestría con que momentos antes había manejado caballo y lanza. Á fuerza de mirarle pareció despertarse un confuso recuerdo en la memoria del veterano.
Ya no se hubiera atrevido, como en otro tiempo, a mirarle cara a cara, a verle a su lado horas y horas, a probarle que su presencia la dejaba impasible: no, ahora huir de él, de su sombra, de su recuerdo; era el demonio, era el poderoso enemigo de Jesús. No había más remedio que huir de él; esto era humildad, lo de antes orgullo loco.
Esparció sus miradas por la sala; pero la relativa elegancia con que estaba puesta no la afectó. En miserable bodegón, en un sótano lleno de telarañas, en cualquier lugar subterráneo y fétido habría estado contenta con tal de tener al lado a quien entonces tenía. No se hartaba de mirarle. «¡Qué guapo estás!». ¿Pues y tú? ¡Estás preciosísima!... Estás ahora mucho mejor que antes.
Palabra del Dia
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