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Actualizado: 28 de mayo de 2025
Y si no, aquí estamos entre cuatro paredes... Belarmino Pinto, que era quien hablaba, se detuvo a escoger vocabulario adecuado en donde escanciar la abundancia de su ideación. Pido la palabra para alusiones dijo Carmelo Balmisa, un sastre muy leído. Belarmino se volvió para mirarle, sorprendido, casi asustado.
Pero no me hables de ésa; me ha causado mucho daño; ha roto mi vida: no sé cómo no he muerto. ¿Has pensado bien en lo que es ser la familia de los Luna durante siglos el espejo de la catedral, el respeto hasta de los mismos arzobispos, y de repente verse uno entre los últimos, expuesto a las risas de todos, pudiendo mirarle con compasión hasta el último monaguillo? ¡Lo que yo he sufrido! ¡Las veces que he llorado de rabia, a solas en esta habitación, después de oír lo que se murmuraba a mis espaldas!
Era ésta bastante angosta y torcida: como domingo, no dejaba de haber alguna animación en ella; los vecinos estaban sentados a las puertas hablando, o jugando en las tiendas a la lotería. Al sentir los pasos del forastero, levantaban el rostro y le examinaban con curiosidad; el que pregonaba los números también suspendía su canto un instante para mirarle.
A las rubias les gustan los morenos, a los flacos las gordas, a los altos las chiquitas... ¿No te gusto yo a ti siendo tan alto y yo tan pequeña? No sólo es por eso dijo él riendo y atrayéndola hacia sí. ¿Por qué más? preguntó ella clavándole una mirada provocativa. No sé. ¿Quieres que te regale el oído? ¿Por qué más? insistió sin dejar de mirarle. Por lo feísima que eres.
¡Agapito... Agapito... por Dios, no me las lleve!... ¡Agapito!... ¡señor escribano!... por Dios no me las lleve... por su madre... no me las lleve... ¡por Dios no me las lleve! Y deshecho en llanto, corría de uno a otro lado con las manos plegadas pidiéndoles misericordia. Los alguaciles ataban en silencio, con la cabeza baja, sin atreverse a mirarle.
Ya lo veo, ¿pero antes no has devuelto ninguna de las bofetadas que te han dado? Ninguna. ¿Y para qué quieres entonces esas manazas que Dios te ha concedido? Si le hubiera pegado, me llevarían a la cárcel. Miguel volvió a mirarle de hito en hito, y quitándose el sombrero con afectado respeto, le dijo: ¡Oh, varón prudentísimo, yo te saludo!
Contuvo el hombre sus ímpetus con la respuesta; meditóla durante algunos días; resolvió al cabo que sí; corrióse la noticia por el pueblo; envidiaron a Facia su loca fortuna todas las mozas de él; llegó el caso a oídos de don Celso; tocó el cielo con las manos; puso a la infeliz enamorada de loca y de sin vergüenza que no había por dónde cogerla; juró y perjuró que el baratijero era un bribón de siete suelas; que no había más que mirarle a la cara para convencerse de ello; que sabe Dios dónde sería nacido, de dónde vendría y por dónde habría andado hasta entonces, y que por la cruz de Jesucristo considerara esto y lo otro y lo de más allá... Como si callara.
El malestar y la tristeza de Velázquez iban creciendo. En cuanto Antoñico ponía el pie en la tienda quedaba silencioso y sombrío que daba grima mirarle.
Al arrancar los caballos tornó Paz a mirarle, y entonces, sin darse cuenta de ello, sus ojos se clavaron con tristeza en el muchacho, dejando luego caer los párpados lentamente, como si en aquella mirada pretendiera enviarle una expresión de simpatía y una queja. Pepe, que no se había movido aún, quedó suspenso, confuso, con la admiración que produce una impresión nunca sentida.
Doña Luz solía mirarle, y aun examinarle, con inquietud y disimulo; y no descubriendo el menor síntoma de la pasión que algunas veces había supuesto en él, se sosegaba y alegraba, desechando todo recelo, si bien con una sutilísima y apenas perceptible mortificación de amor propio.
Palabra del Dia
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