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Actualizado: 28 de mayo de 2025
¿Llegamos ya? preguntó el duque. Un poco de paciencia. La señora Chermidy había distinguido a don Diego algún tiempo antes de la llegada de su marido. Era su vecina en el teatro de los Italianos y había sabido mirarle con tales ojos que se hizo presentar a ella.
Y al mirarle nosotros, extrañados de sus palabras, añadió: «En aquel tiempo los bosques de abetos eran bosques de robles... El Nideck, el Dagsberg, el Falkenstein, el Géroldseck, todos los viejos castillos ruinosos aún no existían.
En cuanto comprendieron el motivo de aquella extraordinaria secreción, los más tímidos comenzaron a pensar que el rayo podía muy bien acompañar a la lluvia, y evitaron con cuidado el tropezarle. Los más bravos pasaban a su lado sin hacer caso de aquella tos despreciativa; pero sin osar mirarle a la cara.
Por dicha, para nada tiene que entrar aquí la cuestión de si Clara ama ó no á otro hombre. No me venga V. con rodeos y sutilezas. Yo he educado á mi hija con tal rigidez y con tal recogimiento, que no tengo la menor duda de que no ha tenido amoríos. Clara no ha mirado jamás con malicia á hombre alguno. Así será. Pero ¿no podrá mirarle el día de mañana? ¿No podrá amar, si no ama aún?
Combatenle fuegos dos, El uno humano y visible, El otro santo invisible, Que es luego de amor de Dios. Yo no sé á qual mas debia, Puesto que á los dos pagaba, Al que el cuerpo le abrasaba, O al que el alma le encendia. Los que estaban á mirarle, La ira ansi se les previerte, Que mueren por darle muerte, Y entretienense en matarle.
Pero como es difícil mantenerse siempre en un justo medio inofensivo, y más poseyendo el carácter fanfarrón de nuestro majo, sucedió que otra noche, sin darse cuenta, se le fué la lengua y soltó una impertinencia. Soledad esta vez no se contentó con mirarle, sino que exclamó con acento amenazador: ¡Cuidado! Volvió á echarlo á broma Velázquez, y le dijo algunas frases cariñosas para desagraviarla.
Corrió el animal hacia su amo, el pequeñuelo alargó las manitas, y mientras el hombre sacaba de la cesta, y partía la dorada libreta, la muchacha, sin dejar de mirarle, apartó a un lado la ensalada, sacó la botella del tinto, la servilleta, las cucharas de palo, y sobre el hondo plato de loza blanca, con ribete azul, volcó el puchero de cocido amarillento y humeante.
Pero no me daba menos ánimos y esfuerzo mi paje Diego, neófito, que de sólo mirarle me sacaba las lágrimas de los ojos y del corazón mil afectos de agradecimiento á las llegas del Redentor, que había infundido en su pecho, poco antes bárbaro, tanto amor para con su Majestad y su Santa ley, porque levantadas al cielo las manos, con un rostro de ángel, estaba ofreciendo á Dios su vida para perderla en su servicio y sus sudores para plantar la santa fe entre los infieles.»
Acudió el capitán a abrazar a su hermano, y él le puso ambas manos en los pechos por mirarle algo más apartado; mas, cuando le acabó de conocer, le abrazó tan estrechamente, derramando tan tiernas lágrimas de contento,que los más de los que presentes estaban le hubieron de acompañar en ellas.
Entonces fue cuando el Tarumbo se incorporó del todo, aunque algo encorvado de riñones todavía y bastante esparrancado, y se encaró conmigo. Su charla había durado tanto como su labor, y yo no había hecho más que mirarle y oírle.
Palabra del Dia
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