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Actualizado: 28 de mayo de 2025


Me vine a casa y no pude parar en ella. Hace dos horas que ando dando vueltas por las calles y tantas cosas he pensado que tengo la cabeza como un volcán... No había más que mirarle para cerciorarse de la verdad. Sus ojos sanguinolentos semejaban lava encendida: la boca un negro, espantoso cráter.

Aquella mujer tan hermosa, que era la belleza con cara de bondad para Bonis... le pareció de repente una culebra.... La vio mirarle con ojos de acero, con miradas puntiagudas; le vio arrugar las comisuras de la boca de un modo que era símbolo de crueldad infinita; le vio pasar por los labios rojos la punta finísima de una lengua jugosa y muy aguda... y con el presentimiento de una herida envenenada, esperó las palabras pausadas de la mujer que le había hecho feliz hasta la locura.

Lo único que hizo fue mirarle durante largo rato fijamente como si tratase de inquirir si efectivamente se hallaba bien de salud o es que le ocultaba alguna secreta dolencia. ¿Conque bien, Tristanito? ¿bien de verdad, eh? Tristán un poco impaciente le aseguró que nada le dolía. Pero disipadas estas dudas parece que renacieron más vivas las referentes a la salud de Clara.

Pues en cuanto llegue al corral la registras bien y se la sacas, ¿entiendes?... Es la mejor vaca que tengo añadió por lo bajo, dirigiéndose a su compañero. Y como ya estuviera entre ellas, el cura se acercó solícito, paternal, a la Parda y comenzó a acariciarle el testuz, bajando al mismo tiempo la cabeza, para mirarle las patas.

Pensaba ella que los documentos nobiliarios valen solo cuando goza de poder, alta posición y riqueza quien los exhibe, y que todo esto, salvo la riqueza, estaba menoscabado y deteriorado en su indio, que al fin era un humilde súbdito de S. M. Británica y cualquier inglés empleado de Hacienda o cualquier coronel de caballería podría mirarle de alto a bajo.

Gustaba en los días de corrida, después del temprano almuerzo, de quedarse en el comedor contemplando el movimiento de viajeros: gentes extranjeras o de lejanas provincias, rostros indiferentes que pasaban junto a él sin mirarle y luego volvíanse curiosos al saber por los criados que aquel buen mozo de cara afeitada y ojos negros, vestido como un señorito, era Juan Gallardo, al que todos llamaban familiarmente el Gallardo, famoso matador de toros.

Puedes creerme que podría deberme durante mucho tiempo dos pesos y medio, antes no se lo echase en cara como en Wingdam lo hizo la otra noche aquel hombre. Melisa había tomado la mano del maestro entre las suyas, procurando mirarle a los ojos, pero el joven los mantuvo desviados con firmeza.

Al mirarle más atentamente, vi en sus ojos extraviados un aire de melancolía sombría que me hizo comprender que se trataba del hijo de los infortunados que acababa de dejar. «¿Qué tal, amigo mío le dije , te encuentras ahora mejor?» «¡Oh! yo creo que estaré mejor contestó cuando los árboles cambien la hoja, y cuando los prados vuelvan a verdear como antes; pero, me parece que por esta vez no habrá primavera.

La vació sobre el delantal de la asombrada campesina, dio algo también al ermitaño, que no manifestaba menos sobresalto, y abriendo la sombrilla roja emprendió la marcha seguida por la doncella. Al pasar frente a Rafael, contestó al sombrerazo de éste con una inclinación elegante, casi sin mirarle, y comenzó a bajar la pedregosa pendiente de la montaña.

El empleado, sin dejar de mirarle, pasa la papeleta a otro empleado que a su vez le mira también con cuidado y la pasa a otro, y así sucesivamente pasa por todas las manos del grupo hasta que llega nuevamente a las del primero, el cual se la devuelve diciendo: Vaya V. allí enfrente.

Palabra del Dia

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